Diario de León
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LUIS ARTIGUE
León

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El elefante y la paloma, Diego Rivera, Frida Kahlo, la recién inaugurada exposición -en la Tate Modern de Londres, el museo de arte moderno más visitado el mundo- donde hasta el 9 de octubre se puede ver la obra fundamental de esta pintora mexicana... Oh, hay quien dice que lo que no aprendemos mediante la inteligencia nos lo enseña el sufrimiento; que todo el que sufre sabe. Una parábola del sufrimiento es la pintura de Frida Kahlo, pasionaria mestiza, artista tan o más contemporánea que algunos creadores emergentes de ahora y uno de los iconos femeninos más influyentes aún hoy. Quien conozca su vida y su obra, quien haya leído el diario titulado «Un autorretrato íntimo» (Círculo de lectores) o alguna de sus biografías, por ejemplo la publicada por Circe; quien se haya detenido asimismo en la antología de su pintura editada por Taschen entenderá por qué se trata de una de esas mujeres autodidactas y universales cuyo lenguaje plástico imaginativo, intemporal y torturado produce fascinación en todo el mundo. Todos somos un poco mejores porque una vez existió y creó esta luchadora titánica, Frida, una de esas mujeres airosas que se empeñó en tener la habitación propia que recomendaba Virginia Wolf. Por eso esta exposición no sólo tendrá un éxito envidiable sino que insuflará a quien la vea de un poco de eso, de esa lúcida y liberadora pulsión femenina y feminista. Y es que más allá de lo pictórico en los cuadros de esta artista se perciben sus buenas condiciones éticas, su idealismo, la forma ejemplar de sobrellevar e integrar el dolor físico de su enfermedad, y el sufrimiento espiritual de los engaños de su esposo. Sí, conocer a Frida supone ver de otra forma sus cuadros y de otra forma el mundo. Cuando hablo con algunos amigos pintores y críticos de arte percibo que no les gusta el legado plástico de esta creadora, pues tienen razón en que es reiterativo y está ejecutado con deficiencias técnicas y no muchos recursos expresivos. Pero he aquí un buen ejemplo que muestra como la creación está hecha principalmente de alma, no de academicismo, y por eso en su gran mayoría el público no sigue los dictados de los expertos sino que se identifica frecuentemente más con lo palpitante y emocionante que con lo bien hecho. Sí, Frida vivió el infierno del deterioro físico y supo extraer de él ciertas verdades intemporales que nos regaló en su obra, y de ahí su grandeza. Cada retrato de esta diosa pagana nos habla del aguante, de la energía vital renovable, del inconformismo, del dolor terapéutico y el placer de las pequeñas cosas pero también esos lienzos dan testimonio de un compromiso, de una época y de una vida irrepetible que, por momentos, puede ser todas. Frida vestida, desnuda, postrada, doliente, reflectante está hoy en esa lista de mujeres que revolucionaron la feminidad y cambiaron la Historia. Junto a la insurrección sexual de Anaïs Nin, la trasgresión de Natalie Barney, la sublevación política de Victoria Camps y muchas otras, se inscribe el nombre de Frida Kahlo por su enorme talento empleado en vivir a pesar de todo, en vivir a duras penas, en vivir sin embargo. Por eso, superando la actual dictadura de lo inmediato y de lo joven que sufrimos, bien pueden homenajear una y mil veces los museos de arte contemporáneo a esta digna sobreviviente, a esta sirena sin mar de cuerpo frágil y alma a prueba de bombas. Probablemente sin la pintura esta mujer coraje no habría podido soportar la corona de espinas de su existencia más consiguió en grado aceptable. Hoy su obra nos enseña que siempre podemos más que es vital confiar en lo que creemos y otras muchas lecciones abstractas. Sí, la vida de Frida fue como la de una mujer soldado que siempre estuvo en la guerra; pero no desistió, no se rindió, no tiró la toalla ni se suicidó como otras mujeres brillantes contemporáneas suyas. Ha pasado el tiempo y ahora sé que Frida siempre estuvo en guerra. Y que luchó por mí.

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