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A PELARLA, de pelar; y de apelación. Hay que apelar a leyes generales y sentidos comunes para que la planta de lúpulo no quede tan mondada, que sólo sirva para soga en casa de ahorcados. Apelar para que el lúpulo consiga reconquistar su propia historia en tierras que ya bebían cerveza hace dos milenios, aun desconociendo esta trepadora aromatizante, la del amargor vicioso. Magnífica calidad presenta la cosecha de este año, dicen. El lúpulo que aquí se cría no tiene par. En todos los lugares donde se ensayó el cultivo se ha ido abandonando, así que el lúpulo español es mayormente cazurro. Algo bueno tendría que tener esta tierra morrillera, este clima en inclemencia y este agua al pie. Lo que no se entiende entonces es por qué hoy boquea el lúpulo en fase menguante, si fue durante décadas boyante, pujante y pretendido (los catalanes lo desarrollan fumándose criterios de reducción y cuotas). Fue alternativa en las riberas leonesas, oro verde, ahora mina cerrada. Otra más. Al final de los setenta pincharon el globo en que ascendía esta exótica labranza impulsada por los cerveceros españoles porque al régimen de Franco nadie le vendía lupulina y había que pagarla a precio de especia veneciana en las alcantarillas de un bloqueo internacional. Floreció contra agüeros y recelos. Pero los sueños de autarquías franquistas tenían cojera congénita y subvención como muleta hasta que comenzaron a cerrarse grifos y apagar luces. Sonó el cornetín de órdenes: arranquen cepas, desmantelen instalaciones, arrasen hectáreas, acaten, se acabó lo que se daba. Posteados, maquinarias, factorías y la impagable pericia aprendida por los labrantines se fueron al carajo del desmantele sin nota de defunción ni paripé de responso. Acataron. Muchas fincas acabaron convertidas en choperas subvencionadas, girasoles subvencionados o, más que nada, maíz pirulero, transgénico y también subvencionado. Es lo que manda hoy en el paisaje agrario, cultivo que jamás tuvo aquí las dimensiones de gigantismo (cojo) que hoy muestra. Ahora será la maquinaria maicera la que tengan que meterse por la reversa, hipotecándose en nuevos chollos y ensayos. Será maquinaria oxidada que engorde esos cementerios de roña y chatarra que se ven en las afueras de nuestros pueblos.

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