Diario de León

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ESTUVIMOS en Benavides. Fue ceremonia de gran gentío con noche entrada. Se presentó al pueblo el calendario de celebraciones del séptimo centenario del privilegio real que estableció en la villa una perpetuidad: la celebración decretada de los mercados del jueves, cita semanal, concejo popular de gentes a vender y comprar, bulla, fardos, carriegos, granos, bichos, tratos, regates, balanzas, espartos... Benavides tiene siglos de vocación comarcal mercantil y se le nota a las claras en su centro urbano, pues tiene soportales con mucho fuste de postes de roble o negrillo con su zapatón de piedra, paseíto sombreado, cobijados del aguacero, sitio de atar la burra y echarse charlas. Me fascinan las casas con soportales. A todos, supongo. Son casas como con regazo; invitan. Cruzó una vez Ortega la Castilla de 1931 viajando a León a por los votos que le dieron su efímera acta de diputado en Cortes constituyentes y, al cruzar por esas villas y pueblones, se sorprendía admiradamente viendo plagados sus cascos viejos con calles y plazas porticadas. Escribió entonces un bello artículo que me dejó huella. Venía a decir que, a pesar de la riqueza de aquel tiempo y del prurito de lo confortable, nadie tendría la generosidad de aquellas antiguas gentes que levantaron sus casas renunciando a parte de su planta baja para «hacer grata la rúa, ameno el paseo y el triunfar de la lluvia». Ejemplar acuerdo entre todos los vecinos; espléndida demostración de un urbanismo que pensaba en el común de las gentes peatonas. Genial. ¿Hoy dónde se hace? La casa rural leonesa y la urbana propenden a amorrarse contra la linde y tirar fachada plana sin concesiones, feota arquitectura (al vecino, ni tocino), fachada opaca y ramplona de guiños. También pudo ser que no fuera renuncia de parte, sino edificio volado sobre vía pública robando aire, pero no acera, echándole jeta y favor de corregidor. Y si fue cesión, no es tan lírica la cosa como dice Ortega. Aquí «el que regala bien vende, si el que recibe lo entiende» y bajo los soportales se guareció y prosperó un enjambre de tiendinas y talleres sin que la lluvia espantara negocio. En fin, los soportales son como los atrios de las iglesias donde se hace tiempo antes de entrar en misa charlando, tratando o murmurando. Por eso nos gustan tanto.

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