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CARLOS G. REIGOSA
León

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HE LEÍDO AIRADAS condenas de las deficiencias del sistema estadounidense en la atención debida a los afectados por el huracán Katrina , y comparto muchas de sus argumentaciones. Estoy de acuerdo en que las políticas neoconservadoras, de nula vocación social, han generado un Estado escasamente dotado para afrontar estas miserias (las que genera el propio sistema y las que aporta la naturaleza). Pero entiendo que identificar las torpezas de las administraciones con el funcionamiento general de Estados Unidos es confundir demasiadas cosas. Porque Estados Unidos no es ese país inválido y tercermundista que algunos quieren pintar ahora, armado hasta los dientes, pero incapaz de auxiliar a sus necesitados. No. La realidad es que Estados Unidos acaba de ser sacudido por un huracán devastador, que hubiera dejado una huella letal en cualquier otro lugar del mundo. Es necesario admitir esto para poder establecer con claridad la crítica que le corresponde en esta catástrofe al propio sistema. Algunos prefieren regodearse en el desastre que se ha cebado en la primera potencia del mundo, pero esto sólo hace cegarlos a ellos y cegar sus análisis. Lo cierto es que el sistema social estadounidense se ha debilitado bajo las administraciones conservadoras (Reagan y los dos Bush) al acumular ahorros donde debían sumar inversiones. Así se explica por qué cedieron los diques que protegían a Nueva Orleans (que deberían haber sido reforzados hace años, dentro de unas medidas lógicas de prevención). Y así se explica también la insensibilidad gubernativa, traducida en incapacidad para mitigar los daños en las primeras horas (y aún días) de la devastación. Esto es real, y así lo percibió el propio ciudadano de Estados Unidos. Pero, a diferencia de algunos intelectuales europeos que parecen alegrarse con esa desgracia, los americanos no han puesto en cuestión su sistema. Sólo han criticado con dureza la incapacidad de la Administración Bush. El boxeador de la película Cinderella man , James Braddock, insiste, en plena depresión del año 1929, en que Estados Unidos «es un gran país». Esto es lo que siguen creyendo los estadounidenses de hoy, aunque a los defensores del Estado de bienestar europeo nos cueste tanto entenderlo.

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