El paisanaje
Contigo pan y cebolla
MUCHO rollo y homilía a favor de las familias numerosas y contra las bodas gais, pero al señor obispo se le ha pasado por alto la que puede ser solución definitiva para la indisolubilidad del matrimonio: el Banco Santander acaba de sacar al mercado la hipoteca a cuarenta años, vínculo que no hay dios que deshaga, según mi notario de cabecera, que se ha hecho rico firmándome poderes cada vez que me divorcio y ya hasta se aburre. Todo el país sospechaba, menos Zapatero por no perder la costumbre, que Botín era de derechas, aunque no tanto. Hay que ser muy retrógrado, incluso más que el Papa Ratzinger, que, como buen alemán, tiene la cabeza organizadísima, pero cuadrada, para maquinar una estrategia como la del BSCH. Da como un respingo presentarse con la chorva en la sacristía -o los viernes en el juzgado o en el Ayuntamiento ante el concejal Cantalapiedra, que también es de los nuestros y casa por lo municipal- y escuchar, aunque sea con atenuantes, eso de «...hasta que la muerte os separe», cosa que seguramente explica también el éxito de seguros El Ocaso y Santa Lucía. Que Dios nos conserve la vista, porque mirando sucesivamente las fotos de la boda y de la primera comunión del fruto de nuestros amores, a poco que pasen diez años, y eso sin exagerar, con la mamá otra vez de blanco y en primera fila, tienden todas a parecerse irremediablemente a la suegra. Como una hipoteca a un testamento o como dos gotas de agua. O madre e hija, a elegir. «Es ley de vida», ha debido de razonar don Emilio Botín en el último consejo de administración del banco, a lo cual sus consejeros, observando a su Patricia hija y comparando de la calva para abajo habrán tenido pocas dudas para concluír que amén. Los obispos, que tienen acreditada una experiencia de dos mil años pasando el cepillo en misas, bodas y bautizos son ahora unos pardillos comparados con el banquero cántabro. La prueba es que a casi todos los desplumaron cuando Gescartera. Hay que ser muy cabrito, como mínimo tanto o más que el Papa Borgia, para maquinar, como se iba diciendo, una hipoteca o matrimonio de conveniencia a cuarenta años vista. A lo mejor por eso Leonardo da Vinci se decidió por la Gioconda en vez de por Lucrecia. Los críticos de arte siguen discutiendo sobre la enigmática sonrisa del cuadro, pero está claro, como el refrán: la que ríe la última, ríe mejor. Pongamos que se contrata la hipoteca nada más nacer con la comadrona y el interventor de la caja de ahorros como testigos. Entonces abres una cartilla, pero caes en la cuenta de que no se puede rescindir hasta que te salen canas, que es justo cuando apetece cambiar de cama y tienes cunas a las que también estás hipotecado de por vida. Si firmas a los diez abriles con la novia de los tiempos de infancia, cuando terminas de pagar, a eso de los cincuenta, lo más probable es que te des cuenta luego de que el primer amor sale más caro que un disco bolero de los Café Quijano, y eso si no la encontraste en un top manta . Si te casas y contratas la hipoteca después de ver mundo en la mili -cuando la había- hazte a la idea de que acabarás de pagar el piso en la prejubilación y con más mili que el palo de la bandera. Y no te digo nada si se te ocurre comprar pasada la treintena, cuando te dan el primer empleo fijo y tu madre aprovecha para echarte de casa: llegas a una residencia de la tercera edad y todavía estás pagando la primera residencia. El patrón del Banco Santander debe de ser un tipo muy lanzado, porque, si no, no hubiera llegado tan alto. Así que calcula uno releyendo los números rojos de la cartilla que su próxima estrategia va a ser: «dentro de cien años todos calvos, coge el dinero y corre». No es que cualquier tiempo pasado fuera mejor, pero entre la ruina de la casa solariega de Quevedo, que también era de Santander y paisano de don Emilio -«es mi casa solariega/más solariega que todas/pues por no tener tejado/le da el sol a todas horas»- y los cómodos plazos a los que ahora fían de usura, resulta más económico seguir por la vida de realquilado. Cuando yo nací me dijo mi padre que me había traído la cigüeña y que venía con un pan debajo del brazo. Tenía mucha imaginación. Ahora, por el contrario, te paren en un hospital masificado, te anillan y, en cuanto se descuida la comadrona, vas a parar a una familia de medio pelo. Todos nacemos iguales, según la Carta de Declaración Universal de los Derechos Humanos, pero no es lo mismo. Don Felipe, por ejemplo, le dice a la su Letizia: «mira qué gracia, tenemos un heredero». Pero cuando nazcan mis nietos los hijos se limitaran a comentar: «¿Lo ves, agüe ? Otro más y acabamos la hipoteca». Botín es el único por el que volvería a apuntarme al PSOE.