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FRANCISCO MORA DEL RÍO
León

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UN GOBIERNO acostumbrado a crear aparatos burocráticos de utilidad más que dudosa presentó hace quince meses la Unidad para el Impulso de la Productividad (ya existía algo parecido en el Ministerio de Industria), de la que poco o nada se ha sabido desde entonces y que, por lo que se dice, se queda para evaluar la marcha del Plan de Dinamización. Mientras, la productividad española sigue deslizándose por la pendiente y somos menos competitivos. La productividad es la relación entre producción y empleo, y su deterioro no es una tragedia cuando el divisor, el empleo, crece con fuerza, como ocurre desde 1995. No vamos a renunciar a crear empleo para que no sufra la productividad. Pero ese modelo de primar el empleo a costa de la productividad sólo es asumible a corto y medio plazo y, además, hay países donde ambos crecen al mismo tiempo. Eso era lo que prometía hace cinco año la desprestigiada teoría de la Nueva Economía. La economía está hoy en manos de los que criticaron durante años a Rodrigo Rato por la pérdida de productividad del país, pero su mejora no se ve por ninguna parte, aunque sí que se anuncia reiteradamente como el eje de la nueva política económica. La productividad, que refleja la capacidad del capital para hacer más eficaz el trabajo, se alimenta con innovación, creatividad, talento, formación, marketing..., actividades para las que poco sirve el Boletín Oficial del Estado. No mejoran por decreto. Tras nuestra baja productividad están las limitaciones del sistema educativo, las escasas inversiones en investigación, desarrollo e innovación (I+D+i) y, por último, las particularidades del mercado laboral, con trabajadores blindados con contratos indefinidos, lo que les resta alicientes para mejorar su formación, y otros con bajo grado de protección social y contratación temporal, lo que no incentiva a las empresas a apostar por su desarrollo tecnológico. Eso nos está llevando a que, dentro de la división internacional del trabajo, España no se especialice en los sectores intensivos en capital tecnológico, sino en los de tecnología escasa (construcción y servicios), retacos en términos de productividad, lo que a su vez se traduce en un modelo de crecimiento descompensado donde los productos españoles no resisten la prueba de los mercados internacionales. El desmesu rado déficit comercial actual, lo demuestra.

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