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Publicado por
JOSÉ CAVERO
León

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A COSTA de los subsaharianos que tratan, por todos los medios, de alcanzar tierra europea, se están concentrando en los últimos tiempos toda suerte de actuaciones, pero también de inclinaciones políticas. De entrada, para la oposición del PP, lo que ha venido sucediendo tanto con las pateras como con las vallas de Ceuta y Melilla no es sino un efecto de la política de inmigración del Gobierno socialista. Al tratar de regularizar los inmigrantes sin papeles, se ha producido el nefasto efecto llamada, que consiste en proclamar a los cuatro vientos que ahí hay una oportunidad para abandonar el Tercer Mundo y pasarse al primero con muy escaso esfuerzo y por la incompetencia manifiesta de un gobierno débil y populista. Para el PSOE gobernante hay una explicación bastante más lógica y natural: a los tremendos efectos de la sequía en el África subsahariana se está añadiendo una pavorosa hambruna, y probablemente gobiernos que no resuelven el futuro a sus ciudadanos de color. Eso impulsa, sobre todo a los ciudadanos jóvenes más fornidos y mejor preparados, a afrontar la aventura de alcanzar España como primer paso para situarse en el primer mundo, cuyos reflejos de bienestar llegan a sus países de origen en cualquier telediario. Se juegan el tipo en la travesía de medio continente africano y se la vuelven a jugar en la travesía del Estrecho o en el asalto a las vallas de Ceuta y Melilla. Y ahora, estos días, con el endurecimiento de la actitud de Marruecos, se la juegan de nuevo con su devolución a las fronteras por las que penetraron en Marruecos. Las oenegés también tienen algo que decir, en este totum revolutum . Mientras unas se esfuerzan por atender las necesidades más apremiantes de los ciudadanos en busca de nueva patria, otros denuncian a quienes observan que violan los mínimos exigibles en la condición humana. Marruecos se está defendiendo en estas horas de la acusación de Médicos sin Fronteras, que asegura que ha llegado a contar a 800 subsaharianos entregados sin defensa alguna a la temible prueba del desierto, después de haber padecido el rechazo de las vallas de Ceuta y de Melilla y de sus guardianes. Y los ciudadanos corrientes vemos, un día tras otro, los capítulos de este drama interminable sentados en buenas butacas y ante un buen televisor.

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