Diario de León

El paisanaje

El gallo sin corral

Publicado por
Antonio Núñez
León

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CUANDO el difunto concejal comunista y buen amigo Joaquín González Vecín propuso en el Ayuntamiento de la capital abrir una partida presupuestaria para la recuperación del burro zamorano-leonés, que al parecer es más grande y burro que ninguno, algunos le aconsejamos con la mejor voluntad: «macho, deja de rebuznar en el Pleno». Luego se pasó a la polémica de si el mastín es leonés o español a efectos de pedigrí, que aún no está resuelta. Lo más probable es que lo trajeran in illo tempore los romanos hace algunos milenios, por lo menos dos, trajinándolo del oriente para acá como can de guerra o moloso, carlanca incluída, que es su seña de identidad por excelencia. Caído el imperio romano al pobre chucho no le quedó más remedio que amansarse, los pastores le dieron un contrato-basura para pelear con el lobo y hoy día es difícil encontrar en las exposiciones caninas un mastín que haga honor a su estirpe. Mucha estampa, pose y tal y cual, pero todos babean como niños y ninguno reconocería a un lobo ni en los documentales de la segunda cadena. En cuanto a la fiera carlanca, es sólo de pasarela y, aunque todavía peligrosa, los únicos que se pinchan con ella son los criadores, gente fina también con mucha carta genealógica entre los animales de dos patas, según mi banco. Hasta aquí lo normal, pero en la España de las autonomías los vascos han descubierto también la gallina de Ondarreta, que se supone autóctona y euskaldún porque pone los huevos mirando a Hendaya, y que, a su vez, se subdivide en dos variedades: las que tienen carnet del Athletic de Bilbao y las de la Real Sociedad. Probablemente lo único que las diferencie de las de aquí sean las plumas a rayas, pero de todas formas Arzallus las afilió en masa al PNV, así que en el País Vasco hay ahora gallinas oriundas y maquetas. A veces, sin embargo, es difícil distinguirlas porque entre éstas últimas hay también algunas con camiseta a rayas, pero del Atlético de Madrid. Las hay también a cuadros, como las del Puente Castro. La Generalitat -y va también en serio-ha sacado un decreto esta semana por el que se subvencionará con noventa euros cada colmena en la que la abeja reina sea de la variedad catalana. Como por el zumbido resultan difíciles de distinguir y mayormente no se les entiende nada, como a Maragall, un servidor tiró el otro día de internet y sólo le salían tres especies: la abeja africana, que cuando se enjambra es muy cabrona, como en Ceuta y Melilla, la de aquí de toda la vida y la Abeja Maya, que luce en salva sea la parte rayas amarillas y negras. Tal vez sea una abeja charnega y Maragall haya encontrado otra a rayas blaugranas. También es dudoso, según los de Aragón, que zumban como avispas con lo del trasvase del Ebro, que sea reina, porque lo que más daba aquel panal era para condes de Barcelona. El último, sin ir más lejos, nunca llegó a reinar. Probablemente fuera un periquito del Español Fútbol Club. Quitando lo del burro zamorano-leonés, que a lo menor era de Huelva, como Platero, uno echa de menos al concejal Vecín, profesor universitario de geografía que podía haber dado una docta lección a Arzallus y Maragall con sólo que prestaran un mínimo de atención en clase: las gallinas domésticas proceden de Mesopotamia, la tierra del güevón Sadam Hussein, y las abejas del antiguo Egipto. Ambas especies debieron de llegar a España en patera. Vasco y que sea comestible ya no quedan ni las angulas de Aguinaga, que ahora se dicen gulas en japonés, y en cuanto a Cataluña hace ya tiempo que el botillo de Luis del Olmo se impuso en las cenas de gala a la butifarra. Hay que tener estómago, pero como plato único, que es a lo que se tiende, es más completo el nuestro. Con la revisión de los estatutos de autonomía este país se ha convertido en un corral donde todo el mundo relincha, ladra o cacarea, sin que se entienda nadie. Encima al presidente del Gobierno, que se supone el gallo, no se le oye ni un kikirikí más que cuando le salen gallos en falsete para desdecirse y volver atrás, siempre desafinando, como los tenores de opereta. Si esto sigue así pueden pasar dos cosas: o que Zapatero acabe sin corral (el Estado) o el corral sin gallo (Gobierno). O que entre todos maten a la gallina de los huevos de oro, es decir el pueblo, que hay que ver lo que aguanta. Nos espera para los próximos meses en política un menú repetitivo, e indigesto hasta la saciedad de productos autóctonos que nadie sabe cómo cocinar para que liguen en la gran mesa nacional de todos los españoles, los cuales venimos a sumar unos 40 millones de paisanos. Hay mucho cocinilla y falta un chef. Va a haber también muchos platos rotos. Nos están dando morcilla a todos por San Froilán.

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