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CRÉMER CONTRA CRÉMER

Sus majestades las sopas

Publicado por
VICTORIANO CRÉMER
León

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EN PLURAL: las sopas, porque este es manjar o comida de urgencia que no admite ser diversificado, dividido, cortado por gala en dos. Cuando decimos en León, «Las sopas», nos estamos refiriendo a ese ilustre manjar para pobres pero honrados que conocemos con el nombre de sopas. Y a ello me conduce la fiebre que a las distintas emisoras a todo color, les está produciendo la cocina, como texto de obligado conocimiento. Esto no es consecuencia de que las sopas de ajo, por ejemplo, con ajo y todo, como aquellas del Arcipreste, se hayan impuesto en las cartas gastronómicas de la comunidad hasta el punto de ser el plato regional indispensable en toda conmemoración, fiesta patronal o nombramiento oficial. No. Las sopas requieren una escenografía especial, íntima y familiar. No se supone como posible la conquista de ninguna de nuestras famosas invitándola a un puchero o cazuelo de sopas. Ni por supuesto se concibe que se le tribute homenaje a un alcalde que deja de serlo, como reconocimiento de los muchos errores cometidos o del fenomenal acierto de abrir un pozo artesiano en el Páramo; estos hechos memorales se celebran con marisco y con cava catalán, para que no diga Maragall. Todos los pueblos, absolutamente todos, cuentan entre sus miembros más distinguidos con un Santo Patrón, cuando no se celebra la aparición de una virgen o el martirio de un misionero por los infieles de turno, y en un día señalado del calendario zaragozano, que para eso y para anunciar los estragos de la pertinaz sequía en los sembrados está, se celebra la fiesta del Santo Patrono. Es la fiesta grande para cuya mayor brillantez se nombra una comisión especializada en organización de festejos populares y ésta, al cabo de mucho días de reuniones y de pláticas, consiguen ponerse de acuerdo para establecer un programa que, salvo variaciones, que no alteran el producto, suele ser algo así: Misa, partido de fútbol entre solteros y casados, baile en la plaza y saboreo de la gran sopa de ajo, repetimos que con ajo. En alguna ocasión, el díscolo poeta local se le ocurre, proponer que si quiera como novedad, se celebre un concurso de cuentos, como los de Calleja, pero así que se informa que para esto habría que disponer de un dinero para premio y para la comida, cena o desayuno en donde le sería entregado el premio al ganador, se deshecha la idea apelando para el sostenimiento de la negativa en la que el presupuesto no daba para tanto. Y se celebra el número de las sopas, con asistencia del concejo en pleno, del cura y del farmacéutico. Y el pueblo, feliz por la generosidad de sus regidores, acude a la cita con sus cacharros de barro y se harta de sopas hasta que les sale el caldo por las orejas. Las sopas, se erigían en señoras supremas del festejo, y el que se encargaba de hacerla a estilo local, recibía la felicitación general. En la referencia que sobre la conmemoración del santo aparecía en el periódico local, inevitablemente figuraba el elogio a las sopas. En el poblado todas las chicas sabían hacer las sopas. Que tampoco tenían secretos como el de El señor de los anillos . Sencillamente se migaba pan en la cazuela en la que se cociera poniéndole un chorrito de aceite común, porque todavía no se había inventado lo del aceite virgen, se añadía una cucharada de pimiento de Aldeanueva y una cabeza de ajos. Algunos bárbaros iconoclastas le echaban a las sopas vino de Valdevimbre, pero la mayoría lo bebía al final. Que era cuando se cantaba aquello de: «A la luz del cigarro voy al molino».

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