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León

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QUE MARAGALL era más un problema que una solución lo sabían los socialistas -y los no socialistas- catalanes desde hace muchos años. Pero no había otro para tratar de alcanzar la sucesión de Jordi Pujol. Que el acuerdo con la Esquerra de Carod Rovira era una bomba de relojería lo sabían los socialistas -y los no socialistas- catalanes desde mucho antes de su visita a Perpiñán. Que Artur Más ganó las elecciones, perdió el poder, pero era indispensable para cualquier reforma autonómica lo sabían todos, pero, sobre todo, lo sabía el propio Artur Más. Las cosas se han desarrollado más o menos sobre el guión que hubiera escrito un autor discreto. La primera premisa era tener que ir más allá de lo posible, porque luego vendrían los recortes. La segunda, correr para ser más nacionalista que el otro: el PSC más que ERC y CiU más que los dos juntos. Al final, el texto aprobado es, según Más, «lo que Cataluña quiere alcanzar», aunque más bien habría que decir «lo que los políticos catalanes quieren conseguir» y lo que querrán la mayoría de los catalanes si, como es de prever, el Parlamento español tiene que decir que no a una reforma encubierta de la Constitución que pone en marcha un Estado dentro de otro, con competencias paralelas y que abre camino a la independencia. La soberanía nacional, la financiación, el poder judicial, las competencias exclusivas o el regreso de las selecciones deportivas autonómicas (el artículo 134 prevé que las selecciones catalanas se enfrenten a las de España) son sólo algunos de los puntos de la jugada en la que Maragall ha sido el actor principal, Carod el guionista y Artur Más, la estrella invitada. ¿Y ahora, qué? O los políticos catalanes logran la victoria, lo que sería grave, o «Cataluña será derrotada por el poder central». Es decir, o cornudos o apaleados. Y esas heridas se curan mal. Lo de que Maragall quiera colocar como conseller a su hermano y que informe antes a ERC que a su partido es sólo una «maragallada» más. Una anécdota que no debe distraer del fondo del asunto. Y el fondo del asunto es el que tiene divididos como nunca a los socialistas. Bien está que Montilla acuse al PP de tratar de confundir en torno al Estatut. En la guerra siempre es mejor acusar al enemigo que desvelar los errores internos y reconocer la división en las filas propias.

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