CRÉMER CONTRA CRÉMER
Dejad que los niños se acerquen
EL BUEN JESÚS no conocía a los niños o aquellos de Nazareth no eran lo mismo que, por ejemplo, los niños gaditanos de Cádiz. Desde tiempos ya inmemoriales estamos defendiendo los derechos del niño, sea éste del color, de la etnia o de la leche que fuere, porque, en teoría, en buena doctrina, los niños, además de constituir el futuro de la raza, es lo único bueno, bonito y relativamente barato que la sociedad actual nos proporciona. Hasta tal punto y coma es seria nuestra proposición no de ley de amparar a los niños, que cuando los señores profesores de los distintos centros de formación se quejan de la indisciplina, de la acritud, de la malísima uva de los niños que estudian, con la pretensión de ser hombres de provecho, nosotros acudimos a nuestras viejas ternuras para solicitar de estos graves maestros que perdonen sus muchas faltas, (las inevitables y profusas barbaridades infantiles, porque los niños todavía no han aprendido a ser buenos). Y es que así como aquel gran caballero andante cometió el error de liberar al Andresillo torturado porque de un niño no cabía esperar mentira, tampoco resultaba natural que se pensara que los niños de nuestros tiempo fueran una excepción malvada que confirma todas las reglas y castigos que le sean de provecho para no caer en las garras del alcohol, de la heroína o de la policía de barrio. Naturalmente que no somos ni remotamente partidarios de que al niño se le debe aplicar el principio piadoso de que en vista de que la letra por la sangre entra, pero entiendo, entendemos los muchos padres que en el mundo han sido que una hostia en el momento oportuno es tan útil y aleccionadora como la asistencia durante todo un curso a las lecciones del cura de la parroquia. En aquellos felices tiempos de los apóstoles, cuando se cedía la acera a las señoras y se besaban los signos religiosos, dando de comer al hambriento y de beber al sediento, en aquellos tiempos de los apóstoles, en los que generaciones enteras se formaban cultural y religiosamente, como tenía que ser, en los benéficos colegios de maristas, agustinos, y monjitas teresianas, no pasaban las cosas que pasan en la actualidad, como por ejemplo, que los niños se peleen como tigres de Bengala o que con sus desmesuras y violencias conviertan los colegios y sus espacios de recreo en campos de batalla, con muertos y heridos de consideración. Por ejemplo, días pasados, pero no olvidados, en la bella tacita de plata que le dicen a Cádiz, sucedió un hecho lo suficientemente significativo como para no tener que acordarnos de los caballistas de Sierra Morena para poner en estado de alerta a la Guardia Civil: Un muchacho fue agredido por una banda de salteadores de institutos, cuando defendía a su hermano del asalto de los mismos agresores. Salieron a relucir navajas y pinchos y una de las víctimas de tan fieros analfabetos, tuvo que ser trasladado en estado muy grave al Hospital. Este suceso se produce con tantísima frecuencia y con tan enorme ferocidad que los muchachos y muchachas que no pueden soportar los acosos de los bárbaros, acaban suicidándose. Y los profesores, ante tan monstruosa transformación de los niños en facinerosos, se sienten indefensos para cualquier forma de intervención, cediendo el territorio a estos salteadores de institus. Y es que las palabras de vida del carpinterillo de Nazareth, «Dejad que los niños se acerquen a mí», no tienen aplicación ante estos navajeros.