Diario de León
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ANTONIO TROBAJO
León

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MAÑANA se clausura en Roma la Asamblea ordinaria del Sínodo de Obispos que a lo largo de este mes ha estado dedicada a la Eucaristía como fuente y cumbre de la vida y de la misión de la Iglesia. Con el Vaticano han estado acompasados muchos de nuestros pulsos a lo largo de estos días. De modo particular porque allí ha estado una voz autorizada extraída de nuestras tierras. Don Julián, el Obispo de León, ha representado, junto a otro pequeño número de compatriotas, a los católicos españoles; allí ha dejado oír su palabra que, sin duda, llevaba en el trasfondo, también aunque no sólo, la carga de su experiencia de pastor entre nosotros. Don Julián habla y no acaba de la riqueza y del gozo de ese encuentro sinodal. Esperemos que, cuando se produzca su regreso dentro de unos días, nos haga partícipes, más ampliamente, de su experiencia. Y, sobre todo estemos en ansiosa expectativa ante la aparición, de aquí a unos meses, del documento que a buen seguro nos regalará el Papa Benedicto XVI con las mejores ideas y sugerencias desgranadas en el Sínodo, que nos llegarán perfectamente ensambladas y justificadas. Todo será poco para reforzar la fe y la devoción a la Eucaristía, depósito de todo el bien espiritual de la Iglesia, centro y cumbre de la vida cristiana y fuente de la evangelización. ¡Tan insignificante y tan grande! Inspirado en esta circunstancia está el lema de este año de la Campaña del DOMUND, la Jornada Mundial de la Propagación de la Fe, el Día de las Misiones: «Misión: pan partido para el mundo». Define la identidad más profunda de Cristo, que se concentra en la Eucaristía y que, a su vez, se transforma en alimento para que quien come el pan consagrado se convierta -si es posible, al instante- en un manjar que se reparte por los caminos del mundo como quien sostiene la proclamación a los cuatro vientos de la Buena Noticia de que está llegando el reinado de Dios. Don Camilo, el Obispo de Astorga, en su carta específica para este día, ha destacado los sentidos implícitos que hay en la fórmula. La misión del cristiano, calcada en la de Cristo, es amasar el pan de la solidaridad en los caminos de la promoción humana, es celebrar el memorial eucarístico del Señor en su Misterio Pascual de Muerte y Resurrección y es comprometerse plenamente en el ejercicio de la obra evangelizadora asumiendo el compromiso misionero y entregándose a él en los últimos confines de la tierra. Mañana, y siempre, es tiempo de tener presentes a quienes nos representan en tierras de misión, de aportar nuestras capacidades económicas a favor de la obra misionera de la Iglesia y de aprender, bajo el raudal de gracia que nos llega por la escuela de la Eucaristía, a ser cada uno pan que se parte para alimentar a otros. Es posible que estemos asistiendo a una pérdida de impulso y a una bajada de sensibilidad ante el mundo de las misiones. Un signo más, si es así, de la miopía que nos invade a los cristianos viejos, ahogados en el presente y en lo inmediato por esta sociedad del bienestar. No estará de más la recuperación del ardor evangelizador que caracterizó a la Iglesia primitiva y siempre a los mejores discípulos del Señor. Aunque nada más sea por una razón de amor propio: basta que en este momento la obra de difundir el Evangelio sea enrevesada, para que nos aprestemos a ella con mayor entusiasmo. Pasemos a otras cosas dignas de reseñar. Unas muestras. Como el regreso de las benditas lluvias a nuestros campos y calles. Como la XIV Asamblea Nacional de la Adoración Nocturna Femenina, que tuvo lugar el pasado fin de semana en León; setecientas mujeres aprestaron sus motores para seguir siendo adoradoras de noche y testigos de día. Como la jornada de hace unas fechas que reunió en Astorga a un número importante de profesores de Religión y afines, apoyados en las palabras de Don Santiago Panizo, sacerdote astorgano en el Tribunal de la Rota. Permítanme los lectores cerrar hoy dedicando unas líneas a expresar, por este conducto, el agradecimiento de mi familia y el mío personal a todos cuantos en estos días nos han acompañado con su afecto y sus oraciones con motivo del fallecimiento de mi madre, ocurrido inesperadamente en la tarde-noche del pasado domingo. Gracias de todo corazón. Nuestra profunda gratitud a los que estuvieron cerca físicamente, a los que lo estuvieron en espíritu y a cuantos, al leer esta noticia ahora, se añadan a la lista de amigos y de intercesores. Que Dios os bendiga a todos con mucha paz y una buena muerte. Así sea.

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