LITURGIA DOMINICAL
De la solidaridad al amor
COMO si nadie se hubiera ocupado antes de los necesitados. Nuestro mundo cree haber descubierto la solidaridad y el voluntariado. De hecho, las dos palabras pertenecen a una cultura secular y laica. Son términos que tratan de evitar la referencia a la caridad y al amor al prójimo. En esta cultura están ocurriendo dos fenómenos sospechosos. Por un lado, hemos hecho del amor un negocio y un asunto romántico y sensiblero, válido tan sólo para comercializar canciones. Por otro, la solidaridad se presenta de forma tan organizada, estructurada y manipulada por la política y los medios de comunicación que para nada hace pensar en el amor, que había de ser su fundamento. Se ha olvidado el amor, que florece en la justicia. Es más, se ha tratado de contraponer esas dos exigencias morales. Y, sin embargo, la atención amorosa al prójimo más cercano y más necesitado, es la base de una vida social sana y justa. Dos mandamientos en uno El pueblo judío entendió muy bien la raíz última del amor y sus consecuencias sociales. En el corazón mismo de la ley de Moisés incluyó algunas orientaciones muy concretas: «No oprimirás al forastero, no explotarás al huérfano y a la viuda, no prestarás a usura, devuelve el manto que has tomado en préstamo». La motivación de estos preceptos no era puramente social, sino religiosa. Por eso el texto legal añade: «Si el pobre invoca a Dios, él lo escuchará». Por esa compasión y esa solidaridad, Dios se hacía garante de los necesitados. El primer mandamiento, amar a Dios con todo el corazón, es el principal y el primero. Se encuentra en el Deuteronomio, en el contexto del Shemá, uno de los textos más sagrados de la piedad judía, en el cual se proclama la unicidad de Dios. El segundo mandamiento, amar al prójimo como a uno mismo, estaba recogido en el Levítico. Al tener una fundamentación más racional, es más accesible a creyentes y no creyentes. Responde, en realidad, a la regla de oro de todos los sistemas éticos de la historia. Jesús retoma y radicaliza esta convicción de su propio pueblo. Para él están íntimamente unidas estas dos vertientes de la ética religiosa y, por tanto, de la moral cristiana. Amor a Dios y amor al hombre son inseparables. Moral cristiana y moral laica El evangelio de hoy concluye con unas palabras que parecen la recopilación de un maestro judío que habla de las dos fuentes de la sabiduría y del comportamiento hebreo. Los cristianos no hemos tenido inconveniente en asumir esta conclusión como válida para nosotros. ¿ «Estos dos mandamientos sostienen la ley entera y los profetas». Esa convicción es básica para la ética cristiana. Los grandes ideales recibidos de la tradición judía se resumen precisamente en la posibilidad y necesidad de vincular el amor a Dios con el amor al prójimo, es decir, al próximo. ¿ «Estos dos mandamientos sostienen la ley entera y los profetas». Esa conclusión es también válida para la ética no religiosa. La solidaridad, las ayudas sociales, el sentido de la justicia y el voluntariado son importantes, pero no pueden negarse por sistema a la dimensión trascendente del ser humano (amor a Dios) ni a la dignidad definitiva de la persona (amor al prójimo). - Señor Jesús, como buen maestro tú has sabido unir el amor a Dios y el amor al prójimo. Ayúdanos a aprender y practicar tu lección. Amén.