Cerrar

Creado:

Actualizado:

ANTES, los ñus en sus migraciones se paraban en el norte del Serengueti y cuando se agostaban estos pastos regresaban a su noria biológica que les devolvía al sur. Ahora, su norte es poco norte y tiran hacia arriba buscando otro que no encuentran porque está vallado. ¿Vallas a los ñus?... Son puertas al campo. El hambre desconoce el candado que guarda el cajón del pan. El rico Epulón, entonces, hace un candado tres metros más grande. En ese tiempo, el hambre se multiplica por seis y el candado se vuelve a hacer pequeño. Y cuando la señal de la gazuza suena con alarma en la andorga de los ñus, de nuevo ruge la estampida en las sabanas y hasta las dunas de los desiertos que cruzan suenan a tambor. Lo peor de la gente que pasa hambre es que no tiene tiempo para pensar en otra cosa. No les pidas sutilezas ni que guarden las formas cuando se arraciman sobre las migas que caen de esta mesa. Si hay lotería de cocodrilos en el gran río que cruza el Serengueti o lanchas con guardias en el Estrecho, la marcha de la manada se convierte en barullo para confundir a las mandíbulas de la bestia que se cobran su peaje. Hay que llegar como sea al norte de los pastos nuevos. Y si les ves que regresan abatidos y abandonados por el desierto, no es que retrocedan; es para tomar impulso en una nueva intentona; y otra, otra, otra. La frontera entre Méjico y los Estados Unidos de Norteamércia del Norte está fortificada y el dios de su satélite les está echando desde el cielo de la tecnología una mirada que fulmina. Aquí los cocodrilos llevan chapa, rifle y muy mala leche en los modos. En las orillas del río Grande se ven todos los días cuerpos de ñus esposados que son embutidos en furgones de deportación. El flujo no cesa por ello. Nuevas estampidas chicanas buscarán otras gateras en aquella valla. Nada impedirá la desesperada carrera de la manada porque nada teme perder el que ya lo tiene todo perdido. Hoy los esclavos no hay que cautivarlos y engrilletarlos en la barriga lóbrega de un buque. Hoy vienen ellos solos por su cuenta y como esclavos se entregan libremente. ¿Qué más pedir?... ¡Que salgan inmediatamente de mi jardín, que me arruinan el césped!, ha dicho Epulón, que no quiere darles esa hierba a los ñus ni tampoco sembrarla en el agostado norte de su Serengueti.

Cargando contenidos...