Diario de León

El paisanaje

Todo queda en familia

Publicado por
Antonio Núñez
León

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DESDE tiempos inmemoriales la familia es un problema. Franco, cuando cayó Hitler, tuvo que cesar de ministro a Serrano Suñer, alias el cuñadísimo , que, encima de estar casado con su hermana, se empeñaba en seguir siendo filoalemán. Debía de ser tonto por duplicado, pero eso pasa en las mejores familias. En cuanto al yerno, el marqués de Villaverde, mejor ni largar ni acordarse por aquello de la prensa del corazón, la del Hola y la de los trasplantes a tumba abierta. Alfonso Guerra perdió la vicepresidencia del gobierno por su hermano Juan, el de los cafelitos del toma y daca en Sevilla, si bien éste se pasaba de listo. A Aznar casi le cuesta la Moncloa el casorio de su hija con el libanés Agar en El Escorial con una parranda digna de las mil y una noches, nada a juego, por lo demás, con lo ruin de la prestancia de los novios. Y hasta en la Zarzuela, que ahora anda de partos de luna llena, debió de haber sus más y sus menos con doña Letizia, Princesa de Asturias no porque hubiera nacido allí, que no es ninguna deshonra según las amas de cría astures que no se le parecen en nada, sino por haberse recasado del Pajares para abajo con un mozo alto que sólo sabe decir «sí, juro» y «sí, quiero». Ahora le toca el turno al presidente de la Generalitat, el honorable Maragall, que, no contento con lo del Estatut, quiere hacer conseller de lo que sea a su hermano Ernest. Para qué pueda valer no lo sabe nadie todavía, ni siquiera Oscar Wilde en «La importancia de llamarse Ernesto». Se ve que por ahí fuera, quitando al siciliano Don Corleone, el padrino, la familia va de capa caída. Hasta el punto de provocar continuas crisis de gobierno. No así en León, donde rascas un poco el listín de teléfonos interiores en el Ayuntamiento o en de la Diputación y te salen los funcionarios por capas arqueológicas desde tiempos de los romanos: fulano de tal, emparentado con el alcalde o presidente equis; mengana, cuñada de uno del PP o sobrina de un concejal del PSOE; o zutano, de los leonesistas, que son familia numerosa y se crían como conejos, encima ahora en dos camadas. Sin embargo, en León nunca ha habido problemas, somos una gran familia y el presupuesto da para todos. Al contrario que en Madrid o Cataluña aquí no hay crisis, según el conocido refrán: donde come uno comen ciento, si paga el Ayuntamiento, y medio millón a cuenta de la Diputación. Cuando se invente el refrán de la Junta se nos van a poner los pelos de punta. España es otra gran familia que no para de discutir estos días sobre si dará para todos el presupuesto nacional después del Estatut y del Plan Ibarretxe. Suele pasar siempre por estas fechas, vísperas de la cena de Nochebuena, cuando las cuñadas se meten a repartir los langostinos y el besugo e, invariablemente, hay un sobrino de más, o sea el suyo. El presidente Zapatero, que tiene cuarenta millones de españoles a la mesa, se dice pronto, mientras Maragall parte y reparte, invita a que cada cual se sirva lo que quiera con tal de no sacar al otro un ojo con el tenedor. Tampoco debería valer mojar el pan en el plato del primo más primo, pero es lo que hay. Y lo más parecido a la España de las autonomías. Tanto estatuto multiplicado por diecisiete comunidades autónomas dentro de un sólo Estado es demadiado arroz para tan poco pollo, como decían displicentes nuestras abuelas cuando intentábamos ligar a la primera novia en los años mozos. Así que es probable que nos den las uvas, allá por Nochevieja, esperando que el país se ponga de acuerdo sobre el gran guiso presupuestario estatal. Además, pasa también como todas las Navidades en casa del abuelo, que en este caso sería el rey: por una parte Rajoy tiende la mano a Zapatero en un sosegador pacto de estado de «paz a los hombres de buena voluntad», pero, por otra y como buen gallego, ha contado antes los langostinos. Y Zapatero, que tampoco es manco, ofrece, a su vez, la suya con mucho diálogo, buen talante y charlar patatín y patatán, algo que, en general, honra a los suegros y a la cuñadas. Pero no a los estadistas. Tanto rollo y tanta pamplina sobre el Estatut y el Plan Ibarretxe aburre ya al personal, antes llamado pueblo, que estas Navidades se conformaría con un pollo sin la gripe aviar, porque las fiebres políticas y nacionalistas mayormente se la sudan. Solía decir Alfonso Escámez, el expresidente del Banco Central Hispano Americano, que empezó de botones, como Sacarino, el del humorista Ibáñez, padre también de Mortadelo y Filemón, que la gente se divide en dos: «los que saben hacer las cosas, y las hacen; y los que no, y las explican». O sea que hay una clase política de comic. Menos Moratinos, que es una tragedia.

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