Diario de León

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INDONESIA fue la que se acatarró, pero estornuda hasta Portugal. Vuela la gripe aviar y ya dispara cerca, a doscientos kilómetros de aquí, detrás de esos ribazos de los Arribes, en Tras os Montes. Gelines, la de Canor, está aterrada, porque con ochenta años le puede pillar la peste del pájaro baja de resistencias, a ella, que pasó todas las gripes de su vida de pie y lavando en la reguera con treinta y ocho de fiebre porque a las paisanas de esta tierra no les está reconocido el derecho a encamarse (ni a veces cuando parían, que llegaba el paisano cabreirés o maragato con su derecho de «covada» y se encuevaba en la cama de la parturienta para simular dolores de paridera y llevarse los caldos y agasajos a la madre). El pánico de Gelines lo ceba en el gallinero de la tele y con tertulias de especialistas. Tarumba se vuelve. Cada vez se aclara menos, sobre todo cuando dicen que hay que estar tranquilos y no alarmarse. Ya. La cosa empieza a ser pavor, porque los profetas hablan de millones de muertos si la cepa viral muta y campa en los pulmones de la humanidad. A Geles esto le asusta menos porque casi da por cumplida su vida en este valle de lágrimas (a ella le gusta más esa cita teresiana que asegura que «la vida es una mala noche en una mala posada»), pero por los nietines coge terror, que estos críos de ahora están tan desinfectados y relavados con geles y colonias, que les pilla sin defensas. Sostiene Gelines que tanta limpieza no puede ser buena y que esa pasión que hay ahora por comprar aparatos que se cargan a los ácaros que vivieron toda la vida con nosotros, es abrir la puerta y dejar sitio a nuevas miasmas y bacterias que harán cumplir un día lo que con muy autorizado juicio pronostica el sabio Stephen Hawkins: la humanidad desaparecerá un día por culpa de un minúsculo virus. Así que a ella los ácaros le hacen cosquillas y los trata como de casa de toda la vida. Y abunda en su profilaxis contra la gripe apocalíptica que nos anuncian proponiendo sopas de ajo, chorizo bravo y vinos calientes con canela y miel, fervidos o fervudos. Ah, y manzanas, porque ella sabe que hasta en Irlanda corre un refrán que dice «una manzana al día echa al médico de tu casa». Tampoco se olvida de llevar en el bolso una castaña pilonga: una razonada superstición asegura que ahuyenta a los catarros.

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