Diario de León

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LA MENTIRA no debería perdonarse y la manipulación informativa tendría que llevar aparejada condenas a galeras o su reparación con trabajos sociales y penosos, porque la consecuencia de la falsedad es casi siempre irremediable. Leo en La Razón titular de campanazo: «Los obispos españoles entienden la unidad nacional como un bien moral». Vaya. Ese «los obispos» significa, aquí y en Lima, todos los obispos, pero después en el texto se indica que son sólo algunos obispos, seis, los consultados por ese periódico. ¡Y qué seis! Pero en la estrategia tendenciosa de ese rotativo se buscaba dar la impresión de que todo el episcopado español, o sea, la Conferencia, valoraba la unidad nacional como un bien moral regado con agua bendita y con el sello de registro de salida de la corte celestial. Valiente desfachatez, porque si hay algo ciertamente dudoso es el espíritu unitario de nuestros prelados españoles, enmudecidos en su mayoría ante el eco de la «desmembración de España» que está rebotando en todas las paredes opinadas de este país. Bien al contrario, todo hace sospechar que, si por ellos fuera, estaba ya hace tiempo troceada toda esta finca, resueltas las hijuelas y solventada la fuga con un portazo monumental de los que hacen trizas el picaporte. ¿Es que no recuerda ese sagaz redactor que parió tal titular que los obispos catalanes están cansados de reclamar el establecimiento de una propia conferencia episcopal catalana? Los obispos vascos machacan con lo mismo; quieren dejar de ser provincia eclesiástica y erigirse en conferencia independiente. Y supongo que también habrá algún Gelmírez por Compostela. Gran ejemplo, sí señor. Católico significa universal, pero estos obispos son tan patrioterines y nacionalistas como su propia grey; y a ella se pliegan por ver si así mantienen la parroquia medio llena izando banderas a la hora de la consagración. O sea, que la internacionalización del mensaje evangélico tiene para ellos la legítima excepción de lo doméstico, lo particular. Y meten a Dios en el fregado. Les pasa a estos obispos como a aquel arcipreste que se estaba muriendo; pareceía muy intranquilo ante el último trance; uno de sus párrocos intentaba confortarle diciéndole «tranquilo, don Sebastián, que va usted a la casa de Dios»; y el preste le respondió «ya, pero como la casina de uno»...

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