EL AULLIDO
Eduardo Haro Tecglen
PORQUE ACABA DE morir un Don Quijote sabio y rojo he puesto mi alma a media asta y mi ideología en cuarentena. De hecho he necesitado unos días para poder encajar en el ánimo esa noticia inesperada y fúnebre, cumpliendo luego con el deber poético de escribir una columna que nunca será leída por ese ángel fieramente humano, por ese guerrillero, por ese hombre elaborado al que nunca conocí, pero al que debo tanto. Cada una de las columnas que escribía para el periódico El País , y también las que leía con voz abroncada como de reyerta en la Cadena Ser, eran reflejo de un oficio, de una vocación y de una forma amplia de entender el mundo, y de entender su papel en el mundo. «Escribir es siempre un acto político» dijo en un libro ya clásico Roland Barthes, y esa parece hoy una cita hecha a la medida de ese periodista brillante que, en un homenaje reciente -casi póstumo- se autodefinía como «republicano, rojo y sentimental». Sí, la suya fue una de esas plumas inteligentes que nos enseñaron la valiosa lección de que el coraje siempre es la mejor opción. De él aprendimos que en un artículo de periódico el tema puede ser indirecto, casi un pretexto o cebo, como en todas esas columnas atípicas que él escribió sobre política internacional, pero las cuales estaban redactadas siempre en clave nacional porque en el fondo sólo hablaba de lo de aquí con aparente sencillez. ¡En literatura lo sencillo es también complejo! Una vez Victoriano Crémer me dijo que no hay nada peor para el estilo de un escritor que el periodismo, y ciertamente esa mella progresiva del periodismo diario se notaba en la prosa desgarbada de Eduardo Haro Tecglen. De hecho últimamente parecía que no le interesaba redactar, pero siempre había ideas y pensamiento más allá de la sintaxis. Ahora acaba de morir sin aspavientos como invitándonos a que veamos su obra en perspectiva y la resumamos diciendo sólo que lo que él firmaba lo escribió uno de esos hombres que no se rinden, que no se venden; lo que él firmaba lo escribió por nosotros uno de esos hombres luminosos que creían en la palabra porque confiaban en el futuro y en la capacidad que tiene este país para mejorar. «Soy español, a menudo sin ganas» escribió este creador iconoclasta capaz de hacérnoslo repensar todo, empezando por nuestras identidades colectivas. De hecho para mí fue importante leer su libro titulado Ser de Izquierdas (Editorial Temas de Hoy) en el que se habla entre otras cosas de los peligros de esa radicalidad destructiva que denomina «izquierdismo» y que de ningún modo es sinónimo de lo que en política entendemos hoy por izquierda. De hecho la suya fue una voz aguerrida pero heterodoxamente constructiva, y por eso en estos tiempos nuestros en que en política triunfa el partidismo, el suyo constituye todo un ejemplo. Pero, además de los artículos políticos -todo un ejercicio de psicoanálisis público- fue un hombre del teatro ejerciendo como crítico sensible, detallista y docto tanto en los periódicos como en la radio. Era en esta faceta donde más podíamos ver al humanista y al esteta, al hombre hondo y cabal que redondeaba con sutiles argumentos sus inclinaciones y sus consternaciones. Ahora se nos ha muerto como del rayo un habitante de nuestras conciencias, un escritor comprometido cuyo activismo verbal suponía una invitación a la responsabilidad cívica y un énfasis vital en estos tiempos en los que prima la frivolidad y el vitalismo elemental. Sí, se nos ha muerto un encarnado tratado de coherencia cuya presencia activa en este mundo suponía un incremento del rigor, de la excelencia interior y un social redoble de conciencia, por decirlo con palabras de Blas de Otero. Ahora, como todos los muertos, vive ya en la memoria de quienes le apreciaban; le apreciábamos¿ ¡Vive en nuestra memoria! Ahí se está caliente y resguardado, maestro.