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Publicado por
JOSÉ CAVERO
León

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AL CABO de las muchísimas horas de debate sobre la reforma del Esatuto catalán la pregunta que cabe hacerse es adónde nos conduce tanta argumentación y, sobre todo, una argumentación tan enfrentada como la que expusieron, de una parte, Mariano Rajoy, y de otro lado, todos los restantes oradores. Zapatero pretendió estar en el fiel de una balanza: la reforma que pretenden los políticos catalanes, excluidos los del PP, podrá avanzar y terminar su elaboración, pero para ello será preciso que se produzca un proceso de acomodación a la letra y al espíritu de la Constitución vigente. Pero Zapatero se veía muy superado a uno y a otro lado de su propia argumentación. Por su derecha, Mariano Rajoy le atizaba con rotundidad y trataba de desacreditar sin piedad ni tregua, sin compasión, el padrinazgo que ha venido haciendo de la propuesta catalana. Por su izquierda, sus propios compañeros catalanes del PSC, representados por Manuela de Madre o por el propio Pascual Maragall, y, por supuesto, los restantes defensores del Estatuto llegado de Barcelona, Carod y Mas, estuvieron todos de acuerdo en que el texto elaborado por el Parlamento catalán no debe avergonzarse de imperfección alguna, y que representa con notable fidelidad lo que quiere un porcentaje altísimo de catalanes. De manera que así nos ha dejado este pleno del dos de noviembre, que será preciso tener en consideración para el futuro, y a cuya sombra incluso reapareció en distintas ocasiones la evocación del Plan Ibarretxe y la idea de que las Cortes Generales pudieron haber resultado injustas con el proyecto de reforma del estatuto vasco que fue rechazado -casi diríamos que repudiado- en Madrid y devuelto a sus corrales vascos. En cuanto a Rajoy y sus estrategas del PP hace algunos meses llegaron a la conclusión de que «ahora o nunca», porque jamás tuvieron de su lado a tan elevado porcentaje de opiniones contrarias a un texto legislativo. Pero el mismo PP, desde su rotunda soledad, en el Parlamento de Cataluña y en las Cortes españolas, ha podido empezar a pensar que tal vez su estrategia sólo puede conducirle a una prolongación interminable de su propio exilio interior, por elaborada, vibrante y áspera que haya sido su alocución contra todo y contra todos. En especial contra Zapatero, el chivo expiatorio culpable de todos los desastres de nuestro tiempo.