LA GAVETA
Leoneses difuntos
EL DÍA UNO DE NOVIEMBRE PASADO muchas tumbas leonesas no tuvieron a nadie cerca, con flores y miradas melancólicas al otro lado del mármol, de la piedra, o del campo raso donde también reposan los restos de muchos paisanos. Cenizas. El día de Todos los Santos muchas sepulturas fueron del frío. Anegadas de silencio, dentro y fuera de sus implacables límites. Y a cuenta de esa soledad sin vuelta atrás, de esas ausencias que se convirtieron en aire, di en hacer este recuento. Citar, a modo de homenaje, a unos pocos paisanos que forman parte muy real del olvido. Y estos fueron los elegidos, todos de la necrópolis de la ciudad de León. Melchor Villimer Lis . Nació en Gradefes hacia 1890, murió en León en 1942. Era cordelero, hijo de viuda. Se sabe que mantuvo amores con una señora de la calle Cantarranas que tenía huéspedes. Pasiones ilícitas, tan gratas por lo general. Pero una mañana murió Melchor, horas después de beberse una botella de anís en una apuesta de barriada. Lo halló cadáver su novia, que solía ir a verle al atardecer. Fue también ella quien pagó el entierro. Damián Bazán y Becerra . Nombre de lustre, vida escueta. Cerillero por los bares, era hijo de un sastre de Bembibre. No sé sabe cómo llegó a León, donde tuvo su fama menor por la plaza de la Inmaculada: allí contaba con clientes fijos. Alojado en una portería sin portero en la calle de Sampiro, nunca quiso trato con mujeres ni con hombres más allá de las cerillas. Amaba la soledad y un poco la locura. Flaco, fumaba demasiado, y presumió siempre de haberse enfadado con toda la familia. Murió de cáncer en 1956. Félix Flecha Felechares . Hombre de oficios diversos, todos ejercidos en el campo. Donde más trabajaba era por el valle del Cea. Tenía una pasión especial por la villa de Almanza, aunque nunca la explicó. Él, en todo caso era de otra comarca, de la Cepeda, donde nació en 1867. Le gustaba sentir que estaba lejos; lo decía bastante. «Allá en mi tierra...» contaba. Sabía reparar cacerolas y persianas. Ya mayor, pero no viejo, se vino para León, donde ejerció de mendigo. Y perseveró tanto en ese oficio que se le fue la mano, hasta terminar desdibujándose del todo. Antes de morir, a los ochenta y siete años, ya nadie sabía quien era. Él tampoco, y le daba igual. Crisanto De La Bérbula De La Mata . De la parte de La Vecilla, tuvo casa, hijos y orden. Pero lo perdió todo por asuntos de odio, que él nunca contaba. Quedó sin trato con la mujer; tampoco con la descendencia; se fue de casa. Pero siempre tuvo algún dinero, y un empleo de vigilante en un almacén de legumbres. Le gustaba la colonia cara y su vida era el cine. También decir que la vida era un cine mejor que el de las pantallas. Repetía mucho eso, y murió, justamente, al salir de una sesión de noche. Todo empezó con un ataque de tos, él siempre se abrigó poco. Durante algunos años su hija Elvira cuidó su tumba. Pero Elvira también murió. Aun quedan, con todo, sus últimas flores secas, los tallos duros, junto al nicho. Consolación Vanidodes Hernández . De Astorga. Llegó a León siendo casi niña, y allí se quedó. Pobrezas, orfandad, hombres malos. Y pronto sola, con su única hermana lejos, para Montevideo, contaba. Ella fue la fondista que amó a Melchor Villimer Lis. No quisieron casarse nunca, venían de la república, vivían en un rescoldo de aquella libertad. Ella era dos años mayor que Melchor, y murió veinte años después. La enterró el ayuntamiento, no encontraron bienes a su nombre. Entre la tumba de Consolación y la de Melchor debe haber unos doscientos metros de distancia. Fue un amor bien guardado el suyo porque nadie los relacionó nunca, de vivos. Pero sería hermoso que ahora, de muertos, alguien se tomara la molestia.