Diario de León

CRÉMER CONTRA CRÉMER

Navegar por Internet

Publicado por
VICTORIANO CRÉMER
León

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EN LEÓN, como en tantas y en cuantas otras ciudades, tan históricas y pacíficas como esta capital del viejo Reino en donde vivimos y desvivimos un día sí y otro también, se declaró semanas atrás el Día del Internet, de su navegación, de su entendimiento y de su aplicación. El internet ese del cual se habla, es sin duda alguna, el instrumento, mecanismo o artilugio más avanzado de la tecnología de nuestra época. Hasta tal punto se ha extendido el uso y aún el abuso amoral del chisme que todo aquel que aparece al margen de su influencia puede ser desterrado de la patria para su adoctrinamiento. El ciudadano que no navega por internet, es hombre al agua. Los técnicos de las nuevas tecnologías aseguran que a los pueblos se les distingue por el número de internautas inscritos en sus anales. Y como al parecer, da la feliz y/o la desdichada casualidad de que los leoneses concretamente apenas si se distinguen en la línea estadística de los figurantes en internet y de los consultores del mismo observatorio universal, difícilmente podemos alardear de seres para el progreso. No importa que, según van descubriendo los políticos de barrio, que andan investigando sin internet, usos malbaratados del medio y manejos perversos que incluso atañen a la conversión de la infancia en «mirones» pervertidos. Ni tampoco es motivo de prevención y cuidado especial al sernos informados de que muchas de las mafias del crimen, del robo y de conversión de los niños en materia de explotación sexual, manejan internet como la pistola, porque, con harta razón, los defensores del medio replican que también el vino embotellado gran reserva es, científicamente un producto peligroso, si los beneficios que reporta justifican su imposición. Yo me confieso, con rubor, que soy un analfabeto digital, o como hay que calificar a quien por no saber, por no conocer, ni sabe ni conoce el ordenador tercera generación y escribe como sin duda se puede advertir con la lectura de los textos que salen de mi Olivetti de toda la vida. Comprendo, admito, admiro y aplaudo el invento y acepto sus virtudes y sus beneficios, pero lo siento, ya no estoy para tecnologías sobre todo si se tiene en cuenta y yo sí que lo tengo presente, que no siempre las tecnologías amparan y patrocinan la felicidad. Cuando se implantó lo del euro, en sustitución de la ágil, benéfica y adorada peseta, todos los graves señores del Mercado Común, de la Europa de los siete, y de las Naciones Unidas por gala en solamente los Estados Unidos de América, proclamaron el estado de gracia que suponían por ejemplo los Estados Unidos de Europa, y las ventajas que había de reportarnos a hispanos de América y de España, el ingreso en la cofradía de los pueblos ricos y tecnológicos. Y yo no digo -líbreme el dios Abraham- que todo modernismo sea malo intrínsecamente, que eso lo dejaría para el Sínodo Vaticano, pero tampoco me obstino en imponer a nadie y menos a los niños, la navegación, desnuditos de cuerpo y de alma, por las procelosas aguas de Internet. Bienvenido sea el internet a nuestro capítulo de saberes, si de esa forma somos capaces de alcanzar la porción de felicidad que nos corresponde, pero, sinceramente, humildemente, si lo de la navegación por internet o la aparición en su pantalla es el modo esencial para trascender, prefiero que me dejen como estoy.

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