LITURGIA DOMINICAL
Los talentos y el talento
COMO tantas otras expresiones de nuestra cultura, también la palabra «talento» proviene de la tradición evangélica. El talento era la moneda de cuenta más alta en el mundo griego. Llegaba a equivaler a 41 kilos de plata. Algo así como 6.000 denarios, o sea, 6.000 jornales de trabajo. Hoy hablamos con frecuencia de los talentos para referirnos a las cualidades buenas que distinguen a una persona. Cuando la pronunciamos en singular, el «talento» significa la capacidad intelectual de una persona. Sobre el talento corren por ahí muchas frases ingeniosas. Henry Van Dyke ha escrito: «Usa los talentos que posees: los bosques serían muy silenciosos si sólo cantaran en ellos los pájaros que mejor saben hacerlo». Nadie debe ignorar sus cualidades. Y nadie debería despreciar el ingenio de los demás. Todos los instrumentos crean la sinfonía. El don y el trabajo El evangelio de hoy nos habla de un hombre rico que, al irse de viaje entregó a un empleado cinco talentos de plata, a otro dos y a otro uno para que negociaran con ellos. Los dos primeros redoblaron el valor de la cantidad que se les había confiado. El tercero se limitó a devolver lo que había recibido. Los dos primeros fueron premiados y el último fue severamente castigado. La parábola nos enseña que la esperanza ha de ser activa. No cree de verdad quien no produce los frutos de la fe. Y no espera de verdad quien aguarda pasivamente un futuro que es don de Dios, pero ha de ser preparado con el trabajo paciente y tenaz de cada día. En un famoso libro de meditaciones, el P. Alberto Moreno recordaba que algunos emplean los talentos recibidos para volverse contra Aquel que se los dio. Otros los usan como si fueran bienes propios y los derrochan a su capricho. Y los más perezosos casi lamentan haber recibido los talentos cuando descubren para qué se les han entregado. Un buen examen de conciencia podría revelar a cada uno en qué categoría se sitúa. Los primeros son ingratos. Los segundos altaneros. Los terceros haraganes. Nos alegra saber que, junto a ellos, caben también los responsables y agradecidos. La promesa y el premio En la parábola es fácil fijarse en la condena dictada contra el empleado holgazán y presuntuoso que dice conocer a su señor. Pero es bueno recordar las palabras que él dirige a los criados diligentes: «Has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante: pasa al banquete de tu Señor». Esas palabras son en verdad una «buena noticia». ¿ «Has sido fiel en lo poco». Con frecuencia sobrevaloramos nuestras obras. Y, sin embargo, todo lo que hacemos por el Reino de Dios es bien poca cosa. Lo importante no es la cantidad de nuestros servicios, sino la fidelidad que en ellos vivimos y demostramos. ¿ «Pasa al banquete de tu Señor». El premio a todos nuestros trabajos no es algo sino Alguien. No trabajamos por el premio que Dios nos promete, pero sabemos que el mismo Dios es nuestro premio. Nada puede compararse a la intimidad que nos ofrece. - Padre nuestro, que nos has llamado a colaborar en tu Reino, mantén en nosotros la esperanza y ayúdanos a vivirla con la sencilla fidelidad de nuestro compromiso diario. Amén.