Diario de León
Publicado por
Antonio Núñez
León

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VILLAR DE MAZARIFE es un pueblo amable y simpático que empieza justo donde se acaban los regadíos del Páramo. Juntándolos a todos no tiene más allá de quinientos vecinos, a los que hay que sumar en verano otro par de centenares que van y vienen: exactamente ocho cigüeñas en la iglesia (el campanario más poblado de la provincia, envidia de la ministra de la Vivienda, señora Trujillo) y otros doscientos peregrinos más o menos del Camino de Santiago, igualmente aves de paso, que atajan por aquellos andurriales entre La Virgen del Camino y Hospital de Órbigo para que no les atropelle el ruido de la carretera de Astorga. Consiguieron reivindicar este tramo del Camino gracias al pintor Monseñor, un buen amigo que antes fumaba dos cajetillas y ahora se pasa el día aspirando oxígeno de una bombona en la residencia del pueblo: cada vez que nos encontramos es lo primero que me avisa y yo hago como que tomo nota. La única persona non grata en el pueblo es cierto panadero de la parte de Valverde que, según las malas lenguas les borraba las señales del Camino para que los peregrinos no se desviaran del negocio, o sea la carretera de Astorga. A lo que íbamos, Villar de Mazarife es el clásico ejemplo de un pueblo de la paramera leonesa: el pequeño vecindario que antes vivía muy bien de sembrar y cosechar y que ahora depende de las pensiones y de las ayudas de la PAC. Tan clásico es que, incluso, queda a trasmano de ninguna parte, porque por la flamante carretera que lo cruza, de Santa María del Páramo a Villadandos, ya no pasa casi nadie quitando el cartero y, hará unos veinte años, los ambulantes del aceite de colza. Ahora el presidente de UPA-UGT, quiere que planten colza para hacer gasolina, manda güevos , Matías Llorente. Volviendo otra vez a lo que íbamos, está claro que en Villar de Mazarife, como en toda la ruralidad leonesa, hace falta una reconversión de la economía. El hambre agudiza el ingenio, así que, será por necesidad o no, dos vecinos de Villar han inventado con la correspondiente patente un chiflo o vocina para jalear los partidos de fútbol y lo que haga falta. Básicamente consiste en una boquilla polivalente y un globo de los de inflar que, al desinflar suelta una pedorreta que no veas. Los recambios salen por dos pesetas y ruido, lo que se dice ruido, no hay árbitro que lo aguante, así que sus inventores calculan hacerse millonarios, como el del chupa-chups o el de la fregona. Este último, por cierto, ganó más con el artefacto del palo que cuando era piloto de Iberia que ya es decir. Cuando los de pueblo se ponen son como las gallinas de los huevos de oro por mucho que quieran cortarles las alas. Los sagaces inventores del chiflatón , que es el nombre del cacharro, se llaman Lorenzo Otero, de oficio tabernero autónomo y repartidor de carbón en los ratos libres, y Eloy Carbajo, de profesión trabajador por cuenta ajena a lo que salga. La edad de ambos, calculada a ojo de buen cubero por las fotos que han salido en los periódicos, debe de rondar los cincuenta tacos, cuando todo el mundo, menos ellos, empieza a acariciar una precaria prejubilación. Lorenzo y Eloy, por el contrario, quieren hacerse ricos y jubilarse como Dios manda, así que andan por ahí promocionando su chiflo a tres euros la unidad. De momento las cosas del marketing les han ido ni fu ni fa: en la última feria de inventores de Villagarcía de Arosa cobraban cinco euros y se los quitaban de las manos y hasta la Cultural les ha comprado dos cajas «para probar», pero el Real Madrid les exige cien mil euros de aval antes de comercializarlo, un dinero que no valen todas las vacas y maizales de Villar de Mazarife. Así le va a Florentino con los fichajes. En compensación Lorenzo y Eloy se han estrenado la semana pasada con un gran pedido de 1.200 chiflatones solicitados por los sindicatos agrarios Coag y Asaja para las manifestaciones en el asunto de la remolacha. Deporte por deporte, se ve que tiene más éxito pitarle al Gobierno. Por algo se empieza. Ya veréis, machos, cuando vuelva el año que viene Zapatero a las campas mineras de Rodiezmo, o si a los obispos les da por otro campanazo, o la gran pitada nacional contra el Estatut. De momento el chiflatón se vende a través de la conocida empresa Distribuciones Goyo, pero es opinión de un servidor que éste es un invento casi hecho a la medida de Rajoy y del PP, que tiene sucursales en toda España, menos en Freixenet. El árbitro siempre es del Madrid. A lo que íbamos viniento otra vez a lo mismo, el país va camino de una gran pitada contra Zapatero, que puede significar el despegue industrial para un par de paisanos de Villar de Mazarife. Por una vez habrá hecho algo por los de su pueblo. Sin que sirva de precedente.

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