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Publicado por
VALENTÍ PUIG
León

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LAS MUTACIONES DE la economía española tienen facetas espectaculares pero también alguna zona de sombra. Producir más y mejor o competir son a veces iniciativas carentes de suficiente respaldo y motivo genérico de melancolía. Según los datos del Instituto Nacional de Estadística, la inversión en concepto de investigación y desarrollo -el I+D- fue en el año pasado un 1,07 % del producto interior bruto. Es un porcentaje bajo, de poco significado, lo que nos sitúa entre los últimos países de la Unión Europea. El I+D es, en no pocos sentidos, el índice de una vitalidad de futuro. Mientras tanto, la economía española crece por encima de la media europea. Crece en gran parte debido a sectores como la construcción y el turismo, en los que no es requerible una aplicación exigente de I+D, como ocurre en el sector de las nuevas tecnologías. En la controvertida cumbre europea de Lisboa, la propuesta fue que el objetivo de la Unión Europea para el año 2010 tenía que ser, en materia de I+D, el 3% del PIB, total de inversiones públicas y privadas. Hasta ahora, la distancia entre ese objetivo y la realidad española no ha ido menguando de forma sustantiva. En la UE -de los Quince- van en cabeza Suecia, Finlandia, Alemania y Dinamarca; al final del ránking, están Irlanda, España, Portugal y Grecia. Luego ocurre que, genéricamente, el conjunto de la UE, va bastante por detrás de los Estados Unidos o del Japón. Ahí están los análisis de AETIC, organización empresarial del sector electrónico y tecnológico, inversor destacado en I+D. España no conseguirá la convergencia tecnológica con la Unión Europea en el año 2010, según se propuso el actual gobierno en su plan de expansión de la sociedad del conocimiento. Hasta ahora, el plan no ha pasado por trámite parlamentario ni tiene -según la Aetic- disponibilidad presupuestaria. En conjunto, si el año pasado el esfuerzo en I+D representó un 1,07% del PIB, en el año anterior fue del 1,05: el incremento es mínimo, precisamente cuando lo que hace falta es dar un salto hacia delante para instalarse en la rampa de las economías configuradas para un futuro de globalización y alta tecnología. Atrasamos la obligada interconexión entre universidad y empresa. Competir da pereza. Preferimos que inventen ellos. En su libro Una interpretación liberal del futuro de España, Víctor Pérez Díaz insiste en que todo depende del nivel de exigencia que se tenga y que fácilmente uno puede contentarse con el «status» de país semiperiférico. Económicamente, el modelo norteamericano, en comparación con el europeo, sugiere que el uso de masivo de nuevas tecnologías de la información y un mercado laboral lo suficientemente flexible, en un marco institucional favorable a mercados libres y competitivos del capital, la energía o la telecomunicación -dice Pérez Díaz-, dará como resultado una economía en la que se percibe un potencial de incrementos de productividad y de crecimiento. Mucho tiene que ver en todo esto la calidad de los sistemas educativos. La inversión en I+D es, de hecho, el índice más ilustrativo para conocer con certeza la voluntad que una economía tenga a la hora de aunar más crecimiento y mejor productividad. Al final, la concreción del I+D se ilustra en el registro de patentes. Ahí, una vez más, los Estados Unidos y Japón van por delante de Europa: España está por debajo de la media europea en los índices de patentes por millón de habitantes. Ese bajo resultado tiene como consecuencia inevitable un elevado grado de dependencia. Así ocurre que dejar que inventen los demás sale bastante caro. Los niveles de autosuficiencia, en cambio, son garantía de una economía productiva y más dinámica. En España, a pesar del crecimiento económico, estamos acumulando retraso.

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