Diario de León

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ALGUNA ventaja había de tener el ser León aeropuerto canijo con aeronaves a las que queda grande el nombre por tener sólo dos hélices petadas en las alas y no reactores de propulsión a chorro. Eso quiere decir que su pasillo de vuelo será bajo y, de esta forma, la ventanilla se convierte en un paisaje comprensible, ameno, y no en la difusa visión estratosférica que nada te cuenta en un aerojet de grandes líneas. Yo soy muy paleto volando de esta forma y no despego la nariz del cristal. Y me pongo nervioso; no tanto por el canguelo cierto que me produce todavía el avión, como por las nuevas cosas que podré descrubir escudriñando el suelo, ese pellejo de toro que dicen, el incontestable mapa de la realidad tendida (hubo una vez un compañero de asiento que me dijo «¿algo nervioso, no?»; sí, le dije; «¿qué, es la primera vez?»; y, como en el chiste, no me privé y respondí «no, ya he estado otras veces nervioso»). De aquí a Barcelona -y vicelaberza- se averiguan más cosas desde esta visión de pájaro que leyendo los periódicos de las tierras que se cruzan. No hay mejor atalaya para ver cohechos, indicios y atropellamientos municipales que desde uno de estos aviones. Ni hay mejor clase de geografía. Ves un pueblo que se estira en polígonos nuevos, solares en desparrame y naves dispersas o esas urbanizaciones que como plaga van enfajando toda población y, según volumen, sospechas inmediatamente cuánto unto y forraje se habrá derramado entre promotores y comisiones de urbanismo. Ves también cómo se ordena el territorio en según que tierras, cómo respetan masas forestales o las trillan para agotar abusivamente la superficie de cultivo, ves las ayudas de la Pac sembradas en barbecho, ves qué pueblos tienen diputado cerca arrimando carreteras y obras a sus votos y qué otros pueblos son huérfanos de influencia y permanecen fosilizados en su abandono, tallando la muerte en sus muros mordidos, ves quién riega moderando y quien despilfarra a manta, ves... en fin, se ve todo, como aquel diablo cojuelo de la picaresca literaria que levantaba los tejados y fisgaba en la vida secreta de la gente. Pero, lo más importante: no ves, como tampoco los pájaros, las fronteras; las tierras son un contínuo y no tienen el color de sus banderas. Y, entonces, no quiero bajarme del avión.

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