Diario de León
Publicado por
LUIS ARTIGUE
León

Creado:

Actualizado:

EL POETA ES ESE LOCO que va de bar en bar contando historias; seguro que les suena. Algunos dicen que no existe, otros que le han visto y pocos que le conocen pero es el único habitante de León que siempre tiene tiempo, sí. Frecuenta todos esos locales que no cierran nunca; sólo abren. Viste mal, aunque le queda bien. O no mal, llamativo -dicen algunas- a juego con su piel, con su voz, con su mirada detrás de esas lentes rojas que lo esclarecen todo un poco igual que oráculos. Y es que va por ahí desgarbado pero conserva las maneras de quien alguna vez llevó un frac. Para el poeta esta ciudad es un puente de tablas por el que camina a veces muy despacio, fijándose, silbando algún blues lento ebrio de introspección. ¿Saben? Él colecciona rostros de mujer, pues aún atesora la certidumbre de que es mucho más luminoso el semblante de las muchachas feas (por eso mismo hermosas). De hecho insinúa que las muchachas feas siempre son mágicas porque es lo que les queda. Oh, el poeta posee esa perspicacia peculiar de los que han sido inicialmente educados en la universidad de la calle por la policía. Es un borracho con clase, desde luego, y siempre hay alguna ex-amante suya pateando la ciudad en busca de un ataúd de su talla¿ Lo bueno de tener imaginación es que siempre queda por lo que brindar. El poeta, de todas formas, rehusa enamorarse para no volver a sentirse prescindible aunque él, con sus puerilidades femeninas, resulta un partido atrayente para las locas de la vida, tan abundantes por cierto en la niebla de humo y conversación que es esta vieja ciudad. Pese a todo él se encapricha frecuentemente de muchachas frívolas sin razón lógica pero con pasión mágica, estética y efímera. He ahí la cubista armonía de su vida. Está algo loco. Cuentan que el poeta una vez fue al psicólogo porque creyó que todos los curanderos anímicos estudiaban argentino en la universidad. De hecho durante algún tiempo el poeta pensó que Mario Benedetti era psicólogo, aunque más tarde se dio cuenta de que no, que era uruguayo. Él adora las fiestas propicias para transformarse. «Lo mejor de mi tierra es el Martes de Carnaval», dice. Claro está, siempre se disfrazaba. Un año iba de prostituta... O acaso fue año y medio. Y es que a menudo se transforma en personaje, pero en realidad el poeta no es Don Juan sino el anti-Ulises de Joyce. Tampoco se considera exactamente ateo sino un libertino estándar, y por eso aspira ya sólo a que en su esquela le pongan a parir. Hace algún tiempo tomó como afición entrar borracho en los templos y sacristías de esta ciudad para robar santos griales u otras cosas vistosas que no sirven para nada. Y sino véanle delante de San Isidoro explicándole a una de las beatas desdentadas que ese misal lo acaba de robar él, sí, pero que está profundamente arrepentido, de verdad, que si por favor usted, que tiene pinta de ser tan santa y buena, lo puede devolver... Claro que sí, hijo. ¡Por favor, vaya como está la juventud! Una vez incluso entró a confesarse, sin pecado concebido. Padre, hace mucho que no vengo por aquí; tanto que creo que la última vez vivían aún los camareros de la última cena. No será para tanto. Verá, es que yo estudié ciencias políticas, pero me pesa mucho y pido absolución. También quise ser torero... Créanme, sí que existe. Suele vagabundear por el Barrio Húmedo, pero ahora que lo saben no vayan a buscarlo sino vayan a encontrarlo o simplemente dejen que él les encuentre. Por supuesto, el poeta nunca sabe cuánto tardará en volver de dónde sea que va, pues suele salir de casa a suceder, como montado en la veleta del azar. Así le va. Cuesta localizarle pero en un mal momento pueden contar con él para que les escuche sin juzgarles o para llorar un lunes. No, nunca le queda dinero aunque cambiará historias por una cerveza con tapa. Él vagabundea por vocación. Hoy, de hecho, no sabe dónde dormirá, ni si se despertará. Lo único seguro es que esta noche eyaculará estrellas de todos los colores... Lo sé muy bien porque yo soy el poeta.

tracking