Diario de León
Publicado por
Antonio Núñez
León

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HAY QUE VER cómo cambian las modas. Hará escasamente dos años con Aznar en el Gobierno todos los del PP iban al mismo peluquero: corte a navaja, gomina a manta, canas teñidas a lo Juan José Lucas y peinado de raya en medio o pa atrás. El propio alcalde de León, Mario Amilivia, tenía un cierto aire entre Aznar sin bigotes e Indiana Jones sin bucles. Se dice esto último porque ninguno se despeinaba, ni cuando los bombazos de Irak buscando las armas de destrucción masiva ni en el arca perdida. En cuanto al concejal de urbanismo de la época, Cecilio Vallejo, gran chaval, nadie le podrá negar el parecido con José Antonio Primo de Rivera, cosa que a él le cabrea mucho, porque es tan liberal o más que Rodolfo Valentino, del que también parece un calco. En los albores del siglo XXI la imagen es lo que se impone, así que Zapatero se ha depilado también las cejas y echado el tupé palante como hacen todos los calvos precoces desde los tiempos de Napoleón. No le llega en el flequillo a Elvis Presley, pero lo intenta, y, en cuanto a que cuele, le pasa lo que al antiguo portavoz del PNV en el Congreso, señor Anasagasti, que se liaba los pocos pelos de la cabeza dándoles vueltas en semicírculos para disimular la calva y aparentar, por lo menos, la mitad de las ideas que tenía. Enmiendas aparte, se le veía enseguida en la cresta que no le cabía ni la mitad de la mitad del hemiciclo. Se dice todo esto porque ha empezado antes de tiempo otra campaña electoral. Suele pasar lo mismo con la calvicie. Y Mariano, el del PP, a mayores de quitarse la corbata, luce en la oposición unas barbas cuidadosamente descuidadas en comparación con Cánovas o, incluso, con don Pablo Iglesias, mientras que la vicepresidenta primera del Gobierno, doña María Teresa Fernández de la Vega, gasta minifaldas de Vogue y peinados de permanente, al igual que sus pupilas, ministras de cuota y listas de cremallera. Lo que no necesita todavía es refajo, que, en cambio, le quedaría muy bien a la ministra Narbona para apretarse lo que ya se sabe cada vez que le recuerdan la estación de esquí de San Glorio. Todas ponen cara de póker, así que no les vendría mal un estiramiento de pieles. El presidente de la Diputación quería regalarle a la Narbona esta semana que se dejó caer por León un guanderbrá (wonderbrá, o fabuloso sujetador, dicho a lo inglés por lo fino), pero ya le avisamos algunos que no, porque se ahogaba. Las últimas encuestas sobre caída de popularidad del Gobierno anuncian tiempos en los que se prometen visitas de a manta de ministros y ministras a las provincias para vender la burra de lo bien que lo hacen. Otra cosa no, pero entre ministros, asesores, chóferes y jefes de gabinete de ésta se llenan en media España las casas de turismo rural, aunque sea por cuenta de los paisanos de los pueblos, que venimos a ser mayormente todos los demás. Como se venía diciendo, anuncia el parque meteorológico este invierno la llegada a León y a otras latitudes -están en ruta- de un sin fin de ministros y ministras borrascosos y borrascosas para explicar que hace buen tiempo, aunque caigan chuzos de punta en el carbón, la remolacha, el Ave (aquí, como mucho, un pichón, según dicen en el paso a nivel de El Crucero), etcétera. Con este tiempo es difícil distinguirlos por las nieblas, por las isobaras, por los presupuestos y hasta por las fotos. ¿Divisa usted a lo lejos un ministro de izquierdas engominado a lo Carlos Gardel? Pues es López Aguilar, el de Justicia, que promete tres juzgados más. Pura milonga. ¿Que aquella de allá parece la ministra ecologista Narbona? Pues no sabe distinguir San Glorio de un granizado de ron cubano, eso ya desde joven. Y así todo el rato. En cuanto a la agricultura los últimos currantes del campo lo tienen claro, porque para eso son de pueblo. Pasó el otro día por aquí la ministra Espinosa, se topó en la carretera con un pastor y le hizo una demostración de sabiduría administrativa, mientras le cruzaba el rebaño. «¿Si adivino cuantas ovejas son, me regalaría un lechazo?», dijo ella. «Hecho», le respondieron, «pero si yo también adivino quién es ustad, me lo devuelve». «Son 501», dijo Espinosa. «Coño», saltó el pastor, «elija usted mismo el corderico». Esto es lo que cuente la televisión, pero luego, en la taberna, la cosa cambia. «No te da pena», le dijimos al pastor, «perder la cordera más tierna del remaño, o es que no eres capaz de adivinar por los periódicos a la ministra de Agricultura». «Lo adiviné al final con mucho tiento». «¿Y eso?», inquirimos nosotros. «Se me llevó al carea», aclaró él. Luego pedimos más vino para sorber en la cuchara de las subvenciones de la política agraria, brindando por el Gobierno. Que es la madre del cordero.

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