Diario de León

CORNADA DE LOBO

Dóminus Juliana

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SEÑORA baronesa, a sus pies rendido me doblo y no porque suene a doblón de oro su taconeo o a dóbla-res sus zapatos, sino por recoger del suelo la vergüenza ajena que se me desplomó al verla... allí, por primera vez, en una mesa contigua mientras le dábamos al botillamen que convidó Del Olmo. Tiene usted, señora baronesa, la juvenilidad tan estirada, que se apergamina un tanto la vista (parecía estucado del viejo potingue «Visnú»), pero está hecha una rapaza... patética. Debe joder mucho tener tanta pasta y no poder detener el tiempo. Comprendo. ¿Cuántos reconstructores cirujanos le han metido bisturí a ese cuerpo que ya casi nada tiene de Tita (¿por eso ordena que la llamen sólo Carmen?), ni de teti ni de pompi ni de titi (¿cree usted que con dique de silicona se frena el empuje del mar y de los años?). La vi ceñida de vestiduras, de riguroso negro ensalzado con los inevitables dorados de la aristocracia tardía, la vi con mando de viuda podrida de caudales pretendidos, tiesa, mandando, con voz de grava y lata por tantas viejas noches de mundo y de exceso, la vi en plan «consorte único», dueña de las decisiones, varonilmente resuelta, hasta con esa gestualidad viril que intenta amortiguar con su viejo oficio de gata lista, la que sabe administrar zalamerías y el bufido con garritas. En mi mesa, un destacado columnista catalán aseguró que era usted ya una entendida en arte, o sea, en pintura, es decir, en su colección (seguro que recita usted el precio exacto de cada uno de sus cuadros). Otro de la mesa ensayó una carcajada-guadaña ante tanta sapiencia doctoral. Y un tercero terció: esa señora es Tita Thysen, mitad felina, mitad barón (nada de baronesa, que ahora el barón y el varón es Carmen, quede claro). Esto es lo que quería decir ese tercero: que en algo le lucen las clases que ha tomado desde que pisó el mármol de los Bordemisza, pero que, más allá del lustre en cursillo acelerado, poco fondo se le encuentra a su excelentísima, falta de criterio autorizado que no le impide ejercer el derecho a la última palabra que tiene el ricacho necio y el ignorante atrevido. A este tipo de mujeres enteradas que conquistan espacios masculinos y se afectan con las rigideces y arrogancias del varón, mi madre las llama con un remoquete popular y clásico, perfecto, total: Esa es una «dóminus Juliana».

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