Diario de León

CRÉMER CONTRA CRÉMER

Azúcar y sacarina

Publicado por
VICTORIANO CRÉMER
León

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PARECE SER que nuestra política europeísta-agrícola no obtiene frutos apreciables: Nos quedamos sin cultivo de remolacha como nos quedamos sin los talleres de la Renfe (antes caminos de hierro del norte de España). En Bruselas que es donde se cuecen todos banquetes dignos de ser anotados en la agenda de la gran política europea, de la cual creíamos formar parte importante, recortan nuestros índices de producción como sucedió con el carbón y con la leche de vaca y con tantísimas empresas especialmente diseñadas para León, y tendremos que someternos a la práctica de la sacarina en nuestras necesidades personales. No es que recojamos este episodio de nuestro desdichado libro blanco para culpar de los fracasos a este o al otro de nuestros ínclitos padrecitos de la patria pequeña, sino sencillamente nos sentimos obligados a anotarlo para general conocimiento y demás efectos. Con esta nueva negativa, recorte o menoscabo, León pierde otra oportunidad y lentamente, pero con seguridad se va quedando en campo de soledad mustio collado. Unos de los resultados de esta nueva demostración de desamparo político, pese a que el presidente del Gobierno nos pertenece por razón de amor, de vocación y de costumbre, es que se obliga a los organismos administrativos a ensanchar el censo de empleados, no solamente para asegurar la andadura de la provincia, sino para dar ocupación a tantos y cuantos obreros, empleados y trabajadores de la tierra acaban en la calle sin papeles como si acabaran de ser rescatados de una patera de las aguas procelosas del Bernesga. Y así, por ejemplo, el alcalde de la ciudad, velando por nuestra seguridad, presidió la Jura de diecisiete nuevos policías, o sea se incrementa en 17 números el batallón uniformado de funcionarios de la corporación, con lo cual ésta, la Policía Local disponible alcanza, según datos recogidos de la calle (que es el lugar en donde trabaja dicha policía) la cifra de los doscientos miembros del distinguido cuerpo. ¿Quiére con esto decirse que la ciudad queda más blindada que la Moncloa por ejemplo? Pues no señor. Porque la seguridad ciudadana, como las oenegés que andan detrás de los comprometidos en acabar con la delincuencia del maltrato a la mujer, no es cuestión de número sino de eficacia mediante la organización y la honradez laboral. Porque guardias hay suficientes como para establecer planes, círculos, estrategias como para que no quedara un rumano, ni un croata, ni un pensilvano en todo el país dedicado al asalto nocturno, al robo a palo armado, al despojo de los bienes de pacíficas familias que no se meten con nadie. Sobran guardias de lujo, para acompañar al alcalde para lucirse en las procesiones y faltan en las calles conflictivas, en horas de botellón y probanzas complementarias. Se suceden en ocasiones, según las reticentes denuncias de la santa oposición, que así que el guardia nocturno advierte que allí va a haber bronca, desaparece del mapa urbano. ¿Y eso? El contribuyente que suscribe, no solamente admira a la guardia local sino que confía de tal manera en su eficacia que no cierra la puerta del portal de su casa, pero ¡coña! también tengo una fe de carbonero en la sanidadpública y me entero por la prensa de que el grupoparlamentario socialista solicita, con acritud, que le sea explicado lo que entiende como vergonzosa gestión del Hospital «Monte San Isidro».Y mire usted si el Centro hospitalario denunciado no tendrá controles, o sea guardias!

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