Diario de León
Publicado por
FRANCISCO SOSA WAGNER
León

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UNA SEÑORA muy moderna ella ha comprado en una subasta un pelo de John Lennon. Ha pagado mucho pero, según ha declarado, la inversión «merecía la pena». No sé, me gustaría preguntarle de dónde era el pelo porque no me va a comparar el del sobaco con el que aflora en las orejas y mucho menos con el que anidó en el escroto del cantante. Quiero decir con todo ello que a cualquiera nos gustaría tener un pelo de Lennon, esto es claro y no hay nadie capaz de sostener lo contrario, pero, yo al menos, quiero un poco de seriedad en el trato y tener seguridades porque no me gustaría que me tomaran el pelo. Es preciso saberlo todo con pelos y señales, es decir, de qué parte del cuerpo procede y, sobre todo, contar con el certificado que acredite la autenticidad pues, si no es así, desde aquí advierto al subastero que se le caerá el pelo. A ver si vamos a pagar por un pelo creyendo que es de John Lennon y luego resulta que es de George Bush o del patriarca de Constatinopla -que tiene barbas floridas y los puede vender a miles- o de algún otro cuitado que, si tiene pelos, a saber de dónde los habrá sacado. La verdad: sería como para tirarse de los pelos. Con todo, y a pesar de los cabos que quedan sueltos, da gusto advertir que vivimos en una sociedad que ha superado atavismos antiguos y supersticiones de vieja. Pues ¿no había gentes en el pasado caduco que veneraban el metatarso de san Eustaquio o un hueso de las aceitunas que se consumieron en la Santa Cena? ¿No había quienes se agarraban al brazo de santa Teresa como si fuera un esponjoso brazo de gitano recién horneado? Un tío abuelo mío tenía en una hornacina con vela y una rosa amarilla de plástico la escudilla en la que comía san Honorato. Estaba convencido de que expulsaba los demonios y además devolvía la salud a sus hijos cuando tenían paperas. ¿Tengo que decir que este pariente era un antiguo y un arcaico irremediable? Hace años se armó un lío considerable porque alguien robó el cráneo del papa Luna, aquel enredante que acabó refugiado en Peñíscola, allá en la época del Cisma de Occidente, cuando andaban los papas a la greña entre Aviñón y Roma y todos los eclesiásticos teologizando a la búsqueda de un concilio que aclarara el sacro embrollo. El Papa Luna tuvo un cráneo apreciable pues no se llega a falso papa así como así, de ahí que, varios siglos después, alguien se esforzara en conseguir tan codiciada pieza. Menos mal que el ladrón fue habido y puestos a buen recaudo, él y el cráneo. En el islamismo hay algo parecido. Por ejemplo, parece que Mahoma dio instrucciones muy concretas para el trance evacuador en el desierto: «cuando vayáis a defecar -ordenó- no os pongáis enfrente ni de espaldas a la alquibla, sino en dirección al este o al oeste». La «alquibla» es un punto del horizonte hacia el que el musulmán dirige la vista cuando reza, lo aclaro porque ¡vaya cultismos más enrevesados que gastaba el Profeta, que ni imaginaba los estragos de la ESO! Pues bien, el propio Mahoma se limpiaba con piedras tras la sublime ocasión, siendo estas en la actualidad objetos de veneración. Todas estas curiosidades se hallan superadas gracias a que vivimos en una sociedad laica. Hoy solo se cotiza el pelo de John Lennon o la camiseta del futbolero brasileño con manchas fresquitas de sudor. Pero ya no hay reliquias ni siquiera se canta «el relicario», aquél cuplé con el que Sarita Montiel nos ponía a todos en trance porque salían en la letra todos los ingredientes de la raza española. Y esta, la raza y lo español, ya tampoco se llevan porque se consideran productos trasnochados, superados por lo autonómico y por los federalismos plurales. Hasta se le ha quitado al AVE la E de España, por estridente y por estomagante, sí señor. Ahora solo falta quitársela a la siesta, a la paella, a la RENFE, que viene de la dictadura, y a Radio Nacional porque a veces se confunde y da el «parte». Y a la Academia Española que no acaba de ponerse al día esta señora, empeñada en guardar las letras del idioma castellano precisamente como reliquias.

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