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CRÉMER CONTRA CRÉMER

¿Estaremos en el limbo?

Publicado por
VICTORIANO CRÉMER
León

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EL PAPA FELIZMENTE reinante en la tierra, en uso de las facultades que le son otorgadas por los señores de capelo y dignidad, ha decidido que, en vista de que el Limbo, que decíamos de los Justos, no funcionaba o lo hacía de manera un tanto displicente, tomó la importante decisión de borrarle, de suprimirle, de concederle la licencia absoluta. Ya no hay aquel Limbo que entre otros menesteres no menos trascendentes que el de almacenar niños sin conciencia del pecado, nos permitía elevar el término teológico a la categoría de modo verbal de señalar al prójimo, como cuando de un vecino un tanto lerdo y lento, sin demasiado ánimo para discutir con su compañera, se declaraba que resultaba una especie normal para el limbo, tanto de los justos como de los tontines de Dios. Poco a poco, con esa lentitud taurina que tiene el Sacro Romano Colegial para revisar sus documentos y protocolos, va suprimiéndonos motivos muy serios de preocupación: Como el Infierno, que desde el Padre Niemberg y sus textos para ejercicios espirituales nos tenía en pecado mortal continuo y sin que valiera ganar el jubileo para sernos perdonados. Y en pecado mortal acababan muchos de los hombres y de las mujeres más significativas de la sociedad. Luego, se puso en duda la existencia del purgatorio, que no era, o que no venía a ser, sino una especie de estación de tránsito, hasta que por la solicitud de las buenas almas, se nos concediera licencia para retornar al celeste imperio de pureza. Santa Mónica la viuda, madre de San Agustín, dicen que tuvo que pasar por el purgatorio para que fueran perdonados los escarceos licenciosos de su hijo, también santo, lo que nos convertía a los pobres y míseros pecadores en mera escoria humana. Y ahora, precisamente, en este tiempo de la Navidad, que es cuando las ansias de ser buenos nos oprime el alma, lanza a los cielos el relámpago colorista de la fiesta, nos deja solamente con el cielo. Con el cielo si lo merecemos, claro, porque si no se nos condenará de otra manera que apenas sea una aproximación al modo como el moro de la morería de Alá premia a los que han sabido morir en la tierra con un cinturón de petardos a la cintura y rodeado de muertos. Todos estos datos y recuerdos forman parte de la parafernalia del mes de Diciembre, con el Belén, los pastores, los peces que beben en el río y los cantarcillos de la plebe para congraciarse con todo lo que ni comprende, ni entiende, ni siente. Porque el hombre -y la mujer, claro- ese el animal más cerrado del universo mundo. De ahí que los misionantes, ante el tiempo de los villancicos, se empeñen en que todos seamos buenos. Hace ya algunos años, cuando el graffitismo en las paredes parecía un arte emergente, apareció un texto conmovedor: «Yo soy bueno», decía, y confieso que me emocionaba su lectura y me obligaba a pensar que todo el organigrama de las Asociaciones para la salvación de los pecadores consistía en convencer al personal que la máxima virtud, por la que cabía entender el bien y el mal, consistía en ser buenos. Y lo éramos, y lo somos, con las consabidas excepciones, naturalmente, y deseamos el bien hasta a nuestros enemigos, si les tuviéramos y seguimos cantando villancicos al pie de un pesebre municipal, que por cierto emite un mensaje de cursilería que lejos de ejemplarizar impulsa al pecado. Recuerdo con gratitud, que cuando a mí se me ocurrían aquellos villancicos que me servían para dar señal de vida, era feliz, todo lo feliz que nos es dado ser en la tierra. Más ahora en que se nos borra del pensamiento la idea de ir al infierno, porque la edad del limbo ya se nos pasó hace muchos años. Sobran estrellas de plata/ y arcángeles y pastores.../ Quitadme vaca y esquilas/ y sus encajes de espuma/ y el gordo buey y la bruma/ bebiéndole las pupilas./ ¡Quítate tú, San José/ carpintero celestial/ desármame ese portal/ de la falda de Belén/ que traigo el alma viajera/ por ver a Dios en la cuna/ y no me dejáis la luna/ la nube tú y la palmera.

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