Diario de León

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DE CEREZO eran las tablas de esquí que se hacía para resbalar la mocedad de Maraña hace sólo cuarenta años y alguna de aquellas rapazas llegó a figurilla nacional del descenso en suizas y formigales. Untadas de sebo, bajaba por aquellas cuestonas la tía cagando tariles, que es como define la velocidad nuestra literatura pastoril (tariles y tarucos son lo mismo, tacos de palo para ponerle patas a las madreñas). Ya nadie hace esquíes tirando de azuela y garlopa. Ahora hay dinero y los pueblos olvidaron su vieja filosofía del «intellectus aprettatus, discurrit que rabia». ¿Recuerdas cuando se esquiaba con bombachas, jersey alpino, gorra de lana y guantes de celosía?... Asomamos el otro día por Brañillín, que es el resbaladero de la asturianía en Pajares, y no vimos ni tablas de cerezo ni bombachas ni bufanda al viento. También aquí, como en todo, mandan las marcas, con lo que en una estación invernal hay pijotería para dar y sobrar. La nota la da más que nadie la tropa moderna de adictos al snowboard que van de brinquito televisivo y posturita junto a sus nenas con perro, que es de marca y casi siempre es cocker y, en menor medida, un snaugther, tan propios de las pijas. Los de este monopatín de esquiar también suelen tener colgada de la oreja una visible etiqueta de pijez y unas gafas-antifaz que destellan a distancia como si fueran vigilantes de una playa californiana, pero en las pistas de Aspen. A la fuerza, pues, nos venían a la memoria aquellas viejas tablas de cerezo y aquellas ropas sin marca y sin tantos atalajes. Un pijo del snowboard nos dio una pasadita de susto y chulería. Estaba en su papel... y yo en el mío, retomando un viejo proyecto de deporte autóctono que un día imaginé, esto es, hacer snowboard, pero con trillo, tablonazo esquiador donde los haya con sus cien kilos de roble y sus ochocientas lascas de pedernal incrustadas en la suela. Teniendo en cuenta que un trillo viene a ser un snowboard colectivo que permite la montura de dos o tres cafres y considerando la velocidad canalla y arrasadora que puede coger el invento por aquellas laderas pindias, me he propuesto formalmente hacer un ensayo de esta versión rústica y promover su inclusión como modalidad olímpica y criminal. Sólo hay que ponerle una bocina e ir gritando bien fuerte un ¡apartarsus, cagüendiosla!...

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