Diario de León

CRÉMER CONTRA CRÉMER

El peligro amarillo

Publicado por
VICTORIANO CRÉMER
León

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HUBO UN TIEMPO, absolutamente histórico, en el que incluso en España se hablaba del peligro amarillo, como si ya lo tuviésemos al pie de las murallas. Algo parecido a lo que acontece en nuestra hora, en la que la presencia del moro es tan frecuente que de no producirse un milagro, al cabo de pocos años esta patria nuestra y de Mari-Trini, será de un color indefinido. Spengler, que era y continúa siendo un filósofo historicista, dejó escrito el texto del futuro hispánico: Seríamos ocupados y conquistados económicamente por los chinos, por el peligro amarillo y se producirán legaciones espontáneas de humildes buhoneros amarillos que ofrecían por calles, plazas y mercadillos, collares a «tres pesetas». Estos esforzados ocupantes, bajitos pero tenaces, ensancharon sus tiendas de todo a cien reales y al cabo de unos pocos meses consiguieron formar parte importante del censo comercial de León y de sus poblaciones más principales y características, como La Bañeza, Astorga, Ponferrada o Cabrillanes. Transcurrieron años, bastantes años y cuando los chinos de Mao-Tse-Tung acabaron la Gran Marcha y comenzaron a establecer contacto con las escopetas modernas que los occidentales usaban, lo que hasta entonces había parecido a los ingleses un pueblo sometido para que ellos se enriquecieran con el te, comenzaron a reconquistar tierras que decían pertenecerles desde los tiempos gloriosos de los emperadores. Y en esas están. Los chinos, cumpliendo tal vez las consignas de sus dioses, se disponen a establecerse entre los pueblos más poderosos, hasta el punto de que ya puede decirse que aquella comunidad que por recelos o por reservas mentales no se acojan a la sombra del árbol de Pekín, están condenadas a perder. Convencidos de esta realidad y comprobado que la oleada amarilla será incontenible, los españoles más responsables han comenzado las operaciones de enlace y compromiso económico con los chinos. Y no sólo permitiremos y facilitaremos el establecimiento de infinitas tiendas de todo a cien y de restaurantes de comida china, sino que incluso, como sucedió en Perú con el Fujimori de infeliz memoria, se instalen en la alcaldía, en la Diputación, en la Cámara de Comercio y en los centros bancarios, interviniendo la vida hispana hasta que no seamos capaces de conocerla ni siquiera aquellos que de una forma o de otra contribuimos a su existencia. Estamos pues en la Era Amarilla. Los chinos han desplazado a su presidente, nada menos, Hu-Jintao y su bella esposa y el mismísimo Rey de España Don Juan Carlos y su distinguida esposa, Doña Sofía se han apresurado a recibir a los ilustres y poderosos huéspedes con cordialidad monárquica y occidental. Se prepara el Primer Congreso o Cumbre Empresarial Hispano-China. ¡Benditos sean los que vienen en nombre del señor! Y no es que a nosotros, ni a nuestros vecinos, nos dé reparo esta nueva invasión de nuestro territorio. Tengamos en cuenta que España, en resumidas cuentas, fue siempre territorio de conquista. Recordar aquello de primero vinieron los fenicios, luego los griegos y los cartagineses y los romanos y los árabes y los de la Legión Cóndor. ¡Una invasión más qué importa al mundo! Bienvenidos sean los chinos y los moros y los ecuatorianos y los bolivianos y los nicaragüenses y todos los que vengan a este mundo nuestro. Lo que importa es que vengan, como los niños cuando nacen, con un pan bajo el brazo. Porque es que no hay pan para todos ¿saben?

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