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SE ALARGA la vida. Nadie soñó hace tan sólo cien años que la mayoría de la gente franquearía los setenta o anduviera con ochenta comprando en el súper. La ingeniería genética logrará en poco tiempo alargar tanto la edad, que nosotros mismos nos pasmaremos. Creemos ciegamente en la ciencia que financia nuestra opulencia. Sin embargo, la única certeza que seguiremos teniendo es que hemos de morir. Lo sabemos desde que a un mono le entró la sapiencia y nacimos todos, aunque nadie sabe todavía qué inexplicable y misterioso salto se dió, y por qué, entre el homo hábilis y el homo sapiens, esto es, entre el mono listo y el hombre tonto. Tarde o temprano, moriremos, pero desde muy remoto no nos resignamos a creer en estos finales con lo listos que somos, con lo bien que nos va y con lo que prosperamos conciliándonos con los dioses y dominando la naturaleza a capricho y a degüello. Morir es mentira, es sólo un tránsito, suele decirse, así que en todas las culturas y tiempos la mayoría cree, se ha convencido de que después de la muerte sigue otra cosa; y ya, de creer, que sea el paraíso, nada de tacañerías en los sueños. Los indios hacen piras para que el alma hecha humo penetre directamente en los cielos; los incas se entierran en tinajas con la postura del feto para nacer a un cielo con carrozas de cóndores y la melodía de una quena barítona; algunos monarcas no se andaron con chiquitas y se largaron con sus dioses poniendo encima de su ataúd incluso una pirámide. La cultura funeraria nos viene de las cavernas donde se excavaban hornacinas para que el abuelo no se largara lejos al morir y siguiera allí mismo resucitando cada vez que le miraran y recordaran. La naturaleza, también hija de los dioses, se comporta, sin embargo, de otra forma. ¿Conociste un sólo bicho que entierre a parientes o haga ritos? Algunos sienten pena, supongo, pero allí les dejan; o se van. Aún así, ¿hay algún animal que crea en Dios?, ¿o ni se lo plantean porque ya lo saben?, ¿o les importa nada porque al sentirse hijos de la fatalidad del destino y de la providencia no tienen la capacidad de elegir y han de gobernarse necesariamente por el mandato puro y salvaje de su instinto, o sea, la devoración o que te devoren?... Pero también es cierto que cuanto más se vive, menos se cree.

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