La UE utiliza tecnología vía satélite para evitar la pesca ilegal de la merluza negra
La merluza negra ( Dissostichus eleginoides ), llamada también bacalao o róbalo de profundidad, vive en aguas antárticas entre los 300 y 2.500 metros de profundidad, especialmente cerca de las islas Kerguelen, pertenecientes a Francia, país que tiene la exclusividad de la pesca de la especie en sus aguas territoriales (360 kilómetros alrededor de las islas). La merluza negra es muy demandada en restaurantes de EE.UU., UE y Asia, en los que alcanza elevados precios por la calidad de su carne blanca, llegándose a pagar más de 25 euros por 100 gramos. Según los científicos, desde la década de 1990 las pesquerías australes se encuentran amenazadas por la pesca ilegal, lo que podría llevar al agotamiento de la especie en menos de una década. Aunque su biología no se conoce por completo, se trata de un gran depredador que puede superar los dos metros de longitud y 80 kilogramos de peso y llega a vivir hasta 40 años. Sin embargo, su gran tamaño tiene el inconveniente de que su tasa de reproducción es lenta y que los ejemplares alcanzan la madurez sexual entre los seis y los ocho años de edad. Los biólogos defienden su protección, además de por ser una de las especies más antiguas del planeta, por las características especiales de su sangre, que le permiten desarrollar su actividad en unas aguas que se encuentran a una temperatura de 2ºC. Con el fin de evitar la amenaza de declive que se cierne sobre la especie, desde los primeros meses del año pasado el satélite Envisat de la Agencia Espacial Europea se ha convertido en su mejor aliado, ya que controla la actividad pesquera en la zona. Los radares del Envisat son capaces de detectar la presencia de barcos, sea cual sea la condición meteorológica, tomando fotografías de los mismos y enviándolas a la estación francesa situada en las islas Kerguelen. Los buques autorizados para pescar cuentan con un transmisor que permite al satélite conocer en todo momento cuál es su posición exacta. El impacto de la pesca sobre la merluza negra, además de afectar a otras especies que les sirven de alimento, como focas y ballenas australes, también causa daños a la avifauna marina, especialmente albatros, petreles y fardelas, que mueren atrapados en los palangres de profundidad de los pesqueros. Se calcula que en los últimos años han muerto por esta causa más de 600.000 aves, algunas de ellas en peligro de extinción.