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CRÉMER CONTRA CRÉMER

Sangre en la carretera

Publicado por
VICTORIANO CRÉMER
León

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POSIBLEMENTE TENGA MÁS importancia para España la peligrosa diferencia que parece separar a dos de los ministros más importantes de la actual formación gubernamental, los señores Moratinos y Bono, ministro el uno de la Diplomacia española y sus asuntos internos y ministro el otro de las guerras que España esté dispuesta a soportar. O acaso, quién sabe es posible que al común de vecinos de todas las villas de la España liberada, le parezca infinitamente más importante el mercado del juguetismo navideño que, por ejemplo, es un decir, el resultado que para la economía española pueda tener la trampa que el inglés le tienda al leonés, en viaje de negocios por la Gran Bretaña. Pero a nosotros, hombrecillos humildes y más o menos errantes, lo que por ahora y mientras no se demuestre lo contrario nos importa son los muertos en la carretera aprovechando el uno y el otro puente, festejando el triunfo del Madrid o dedicando nuestros recuerdos más entrañables a la Inmaculada Concepción, que -conviene aclararlo- no tiene nada que ver ni con la Constitución ni con el tricornio papel. Escribo este parte de guerra local, cuando aún no se ha dado por terminada la aventura del regreso de los puentes del uno y del otro color. Ya se anotan en el Registro mortuorio, cerca de un centenar de cadáveres de todas singularidades étnicas, color, género y número gramatical.. Y diga lo que quieran los unos y los otros, cien muertos a la semana, son demasiados muertos y pensamos todos los españoles, incluyendo a catalanes, vascos, gallegos y andaluces que tal vez es llegado el momento de abandonar a su destino asuntos de mucho menos tonelaje informativo y entregarse de verdad a encontrar un medio, un sistema, una fórmula legal que nos ayude a resolver esta tremenda sangría a la que España está entregada como el gocho en San Martín, sin posible resistencia. El organismo encargado de reprimir estos excesos del temperamento español motorizado se exprime la imaginación para encontrar recursos verbales e imagísticos con muertos ficticios en la pantalla para llevar al entendimiento de los automovilistas la necesidad de que atemperen su carácter y su espíritu de aventura a la realidad vital de los españoles. Y que no es cosa de guardia civil ni de mecanismos de caza y captura de los desenfadados portadores de la muerte con ruedas, lo demuestra el hecho de que para cada una de estas orgías festivas el Estado moviliza millares y millares de fuerzas armadas y por armar, estampa en la pantalla escenas de un dramatismo espectacular. Centenares de agentes asaltan vehículos e imponen el examen científico que acredite su abstención a la hora de conducir. Todas las semanales, el español se echa a la carretera como los caballistas de Sierra Morena se echaban al monte, para jugar a matar y a morir. Y esta sangrienta realidad denuncia sobre todo nuestra incapacidad para enfrentarnos con los problemas que la progresía desmedida y mal controlada comporta. De no dar con la fórmula, los españoles estamos amenazados de morir con las ruedas puestas. Convendría analizar si es que España cuenta con más automóviles que los que la sociedad normal requiere o que nuestros caminos, cañadas, trochas y veredas no dan todavía para tanta presunción vial. Más severidad real y menos saraos teóricos.