Diario de León

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BERZAS y tocinos deben estar muy escritos en nuestros códigos genéticos después de engullirlos como dieta básica, o única, el pilón de generaciones que nos precedieron. Y pan, mucho pan, zoquete al canto, corrusco, corteza y molledo, hogaza, sopas, migas, rellenos, borrachines, tortas de sampedros ancareses, pan, pan... A fuerza de pan y garbanzos se destetó este pueblo. Leche, poca. Vino, al cuento y sin él. Agua, a falta de. Chicha, escasa. Potaje, a diario. Arroz, en fiestas. ¿Pollo?, si la gallina es vieja y no pone. Cerdo, estirado en costillares tiesos y chorizos que han de llegar hasta la siega de junio. Cordero, si es día del patrón, aunque se quede en borrega machorra recocida en caldereta. Sangre, guisada, en morcilla o en tortilla con migas y azúcar. Conejo, el que los tenga. Y más potajes, olla podrida, aguisao de Fenar, arrejunto montañés, garbanzada de viernes con acelgas y bacalao espurriao, cocidamen viudo, sopa de trapos, caldo de piedras... y patatas, ah, las patatas, santo remedio del hambre en siglos de peste y gazuza, patatas con sebo, empanada de patatas, dieta de batallón. Y si el pan duro se hace bolo en el gañote, tocino al bies, grasa para lubricar andorgas y arterias, maldito colesterol, bendito tocinamen, combustible secular de viñadores y de abuelas, gloria celestial que les prohíbe el médico. Tome usted fibra, señora Nunci, mucha fibra, le dijeron. Las tiendas de dietética viven del miedo y del milagro alternativo al que la ciencia no alcanza. La fibra previene el cáncer de colon. Eso se ha venido diciendo. Hasta anteayer, que se desveló la inocuidad o la mentira: los que se enfartucaron de fibra -dicen ahora las encuestas- no se libraron mayormente de la cangreja cancerosa, así que era patrañera la propaganda. Zampe bífidos, señor Canor, engulla yogures, métase omegatrés, coma sano... Ya. ¿Le sirvo ensalada al señor?, le dijo el camarero a Cirilón. Yo no como árboles, le contestó. De todo lo que nos crujan los engranajes y nos oxide la vida tiene la culpa aquello que nos entra por la boca. Somos lo que comemos. Entonces, también somos lo que nuestros padres y abuelos comieron. El otro día me puso a cavilar una sentencia lugareña dicha en cenorrio opíparo y antiguo: «De lo que comiste, come»... no seas pardal.

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