Diario de León

EL CATALEJO

Cuerpo de inmigración

Publicado por
VALENTÍ PUIG
León

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PASAR DE SER UN PAÍS EMISOR de migración a un país receptor de inmigrantes requiere de ajustes mentales, de un equilibrio entre expectativa y reacción, como ha quedado explícito en el barómetro de noviembre del CIS. Según seis de cada diez ciudadanos españoles, ya hay un exceso de inmigrantes. En definitiva, la inmigración toma cuerpo en los estados de la opinión pública ya por encima del terrorismo y todavía por debajo del paro. Se ha dicho a menudo que el problema de las leyes de inmigración -cuotas, afirmación positiva, reagrupación familiar- deriva del hecho de que son propuestas en términos optimistas por una clase política y periodística que vive en zonas residenciales, para que luego se haga realidad cruda y cotidiana en barrios de menor poder adquisitivo. No ha habido excepciones en Europa. Tampoco las ha habido para el conflicto. Pronto tampoco las habrá en cuanto a rectificación legislativa y mayor rigor. Holanda fue un mito por sus leyes de asilo y por el progresismo de su acogida a la inmigración. El cadáver del cineasta Theo van Gogh luego ha cambiado muchas cosas. En España, en algunas áreas puede ya hablarse de saturación pero en términos generales las tasas de inmigración andan por debajo de las de Francia o Alemania. Aun así, no son pocos los factores de inciden en el recelo, en algunos casos sobredimensionado. Ahí cuentan mucho las imágenes de los inmigrantes que asaltan la valla de Melilla, la llegada constante de las pateras, los titulares de las aciagas noches de Francia, la implicación de inmigrantes en delitos reincidentes o en bandas organizadas, la memoria de Atocha y el inevitable choque de costumbres, incentivado en algunas ocasiones por la prédica de los imanes de una punta a otra de España. Para la sociedad española, la inmigración será un plato fuerte de este año y de los venideros. Veremos a los gobiernos haciendo juegos malabares con el lenguaje de ley y orden al tiempo que pretenden mantener las retóricas de solidaridad. Al mismo tiempo es fácil constatar que unas comunidades de inmigrantes provocan más rechazo que otras: suele ser consecuencia de su menor capacidad de integración, de su persistente incomprensión de cómo es la sociedad española y de todo lo que les ofrece, que no es poco. La integración implica aceptar un mínimo decálogo de deberes y derechos, referente de toda una concepción del mundo. En el caso de los derechos de la mujer, la discrepancia del Islam es rotunda. He ahí un punto en el que el Estado de derecho no puede ceder ni un milímetro y, sin embargo, todos sabemos de padres musulmanes que se niegan a hablar con las profesoras de sus hijas, o les hablan dándoles la espalda. Esa es una grave responsabilidad de los imanes y la ley debiera ser contundente, hasta la expulsión, si cabe, de la misma forma que un 80 por ciento de españoles cree -según los datos del CIS- que un delito grave debiera ser motivo de expulsión. No es menos cierto que hace falta mano de obra y también personal cualificado. Alemania anda buscando expertos informáticos en la India, mientras el Reino Unido contrata enfermeras en España. Los movimientos globales son los propios de un mundo que se globaliza a velocidad de vértigo. Eso genera desarraigos y crisis de identidad: es decir, conflictos. La inmigración, de todos modos, debe combinar sistemas de pertenencia que no sean excluyentes, ni por parte de la sociedad de acogida ni tampoco por parte de los grupos que emigran. En general, los modos del Estado de derecho son abiertos pero los valores de las comunidades inmigradas a veces son cerrados, más excluyentes y reactivos. Eso es lo que viene percibiendo la sociedad española. La respuesta es la asimilación razonable frente al guetto.

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