Diario de León

| Reportaje | El lado más oscuro de la investigación | EL DESCUBRIMIENTO DEL VIRUS DEL SIDA EL MÁS RECIENTE

Errores y mentiras de la ciencia Las patrañas del doctor Gallo El fraude de las líneas celulares embrionarias clonadas

Intereses económicos, profesionales o políticos, entre otros, han propiciado sonoros fraudes científicos; el último, y muy sonado, el d

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César A. Chamorro - león
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El reciente caso de las mentiras del científico surcoreano Hwang Woo Suk sobre el número de líneas celulares clonadas que obtuvo, capaces de regenerar órganos enfermos, ha puesto sobre la mesa el lado más oscuro de algunos científicos: las mentiras, los fraudes y los errores. En un principio fue la curiosidad o la necesidad de explicar lo desconocido, lo misterioso. Con el paso de los siglos se sumaron las necesidades del progreso, el reconocimiento de los colegas y de la sociedad, y posteriormente ventajas económicas, industriales, bélicas. Es el devenir y la razón de la ciencia, de la investigación, de los descubrimientos e inventos. Pero, obviamente, todo ello ha estado y está en manos de personas, de científicos, tal y como se bautizó a los que se dedican a estos quehaceres en una reunión de la Asociación Británica para el Avance de la Ciencia en 1833. Con una trayectoria cronológica similar a la señalada antes para las razones de la existencia de la ciencia, podemos hablar de sus practicantes, los científicos: personas curiosas, sabios, eruditos, aristócratas ociosos, profesores, descubridores y científicos propiamente dichos como hoy los entendemos. Todo esto lleva consigo que la ciencia, los científicos y sus descubrimientos estén sujetos a las mismas miserias humanas que el resto de la humanidad. Es cierto que la comunidad científica actual tiene, por lo general, un rigor probablemente más alto que el de otros muchos colectivos, porque es algo que se implanta en la conciencia del científico desde los primeros momentos en que se comienza a formar como tal. Pero ejemplos de lo contrario han existido siempre, algunos de ellos realmente espectaculares y otros muy poco conocidos. Recientemente el caso del surcoreano Suk ha vuelto a poner en tela de juicio algunos descubrimientos y a hacer un flaco favor a la inmensa mayoría de los científicos, que trabajan honradamente y que de la misma manera dan a conocer los resultados de sus investigaciones, gracias a los cuales la sociedad ha llegado a los magníficos niveles de calidad de vida de los que hoy disfrutamos. Triste recuerdo Pero los hechos están ahí y conviene rescatarlos para que también conozcamos cómo algunos de los investigadores más famosos se han dejado llevar por la codicia, la fama, la rivalidad o intereses espurios para alterar sus resultados y dar a conocer datos falsos, manipulados o burdas mentiras, sin descartar también en algunos casos de clamorosos errores demostrados tiempo después. Conviene rescatar de la historia algún hecho que nos puede ayudar a comprender las razones de estos sucesos. Desde los comienzos de la humanidad la ciencia ha estado mucho más ligada al poder de lo que podemos imaginar. Probablemente hasta el siglo XIX casi todos los aspectos de esa unión se centraban en el campo de lo bélico, espadas, lanzas, armas de fuego proporcionaban poder al que las poseía mejores y en más cantidad. La Segunda Guerra Mundial hizo entrar en escena otro matrimonio de la ciencia, esta vez con el poder político, ya que el gobierno estadounidense fue el promotor del Proyecto Manhattan que condujo a la fabricación de la primera bomba atómica, y todo lo que ello trajo consigo. A partir de entonces el matrimonio conoció a un nuevo invitado, el más poderoso: los intereses económicos. Desde ese instante, ciencia ha sido equivalente a poder y riqueza para los países, los gobiernos, las empresas o las instituciones. El científico es la herramienta para conseguirlo. Así las cosas se pueden establecer dos grandes grupos de científicos. Por un lado están los que publican y dan a conocer sus resultados inmediatamente, que pueden verse presionados por motivos profesionales, institucionales, etc. Por otro lado se encuentran los que trabajan en sectores competitivos, cuyos resultados se conocen después de patentarlos o de comercializarlos, como es el caso, por ejemplo, de los farmacéuticos. Por los motivos antes señalados, en uno y otro caso se pueden cometer fraudes o falsear los resultados. A continuación vamos a conocer algunos de esos atropellos al código ético de la ciencia. Paracelso fue de los primeros Una de las mayores barbaridades históricas la llegó a escribir Paracelso, quien dijo que si se dejaba pudrir el esperma de un hombre en un recipiente durante cuatro días podía observarse cómo comenzaba a moverse y a formar una criatura humana, que se debía nutrir con sangre y mantener durante 40 semanas con el calor existente en el vientre de una yegua. De esta forma se conseguiría un niño igual al nacido de una mujer pero más pequeño, un homúnculo. Quien sabe de dónde pudo sacar y afirmar tan descabellada idea. Egas Moniz practicó la lobotomía, la extirpación de parte del cerebro, para tratar de curar la esquizofrenia. Rizando el rizo recibió ni más ni menos que el premio Nobel. El propio Einstein no fue ajeno a la manipulación de sus resultados. Su teoría general de la relatividad trajo consigo una idea expansionista del universo, justo lo contrario de lo que se creía en ese momento. Para «corregir» esa idea se inventó una constante cosmológica, una energía que frenara la dilatación del cosmos. En el colmo de las equivocaciones llegó a confesar que fue el error más grave de su vida profesional sin saber que años después no sólo se confirmó que lo que había predicho antes de la «corrección» era cierto, es decir, el universo se expande, sino que, además, esa constante sería retomada por los investigadores como algo válido para explicar ese universo inflaccionista. Mendel y la genética Uno de los ejemplos de manipulación y mentiras protagonizadas por científicos, que aún hoy mucha gente desconoce, es el protagonizado por Mendel, el padre de la genética. Siguen siendo estudiados y son muy conocidos sus experimentos con guisantes a partir de los cuales enunció sus leyes de la genética. Pero no dejaba de sorprender que sus resultados con plantas eran demasiado exactos según las leyes enunciadas por él mismo. Mendel había intuido sus leyes y luego había «escogido» los valores numéricos que mejor se adaptaban a sus leyes, entre las que estaba que el carácter dominante de los genes se presenta en la descendencia de manera tres veces más frecuente que los recesivos. Los cálculos astronómicos de Kepler no cuadraban con las órbitas elípticas de los planetas; la solución, se modificaron los datos y asunto «arreglado». Otros todavía le echaron más cara: Ptolomeo mantuvo la teoría geocéntrica (todo el universo gira alrededor de la Tierra) sobre la base de unos cálculos y observaciones que nunca realizó. A pesar de eso, ¡asómbrese!, sus ideas se mantuvieron 1.500 años. Parece que los datos de Hiparlo de Nicea -un astrónomo dos siglos anterior- fueron copiados por Ptolomeo para predecir diversos fenómenos astronómicos que le hicieron famoso. En las falsificaciones científicas se ha llegado a extremos verdaderamente impensables. A principios del siglo XX, un zoólogo, Paul Kammerer, que trabajaba en el Instituto de Investigaciones Biológicas de Viena, afirmó que los sapos parteros a los que él había mantenido en agua y que se habían reproducido presentaban unas callosidades en los antebrazos, un carácter que antes no manifestaban y que a partir de ese momento se transmitía a la descendencia. Un colega norteamericano comprobó que en las imágenes de los sapos esa característica estaba pintada con tinta china, un fraude que acabó con el suicidio del falsificador. En 1912, un paleontólogo aficionado, Charles Dawson tomó el pelo a todos los científicos de esta especialidad durante 40 años. Dijo haber hallado cerca de Piltdown (Inglaterra) varios fragmentos de un extraño cráneo que se bautizó como «Eoanthropus dawson», un nuevo eslabón perdido que resultó ser un burdo montaje de los huesos de un simio. Por dinero Un ejemplo de intereses económicos lo protagonizó William McBridge quien descubrió los efectos teratógenos del tristemente famoso tranquilizante conocido como talidomida Este descubrimiento le reportó gloria científica y medios económicos. Pero la avaricia le estalló en la cara a McBridge. En 1980 imputó a otro medicamento unos efectos similares en cuanto a malformaciones fetales. Pero la realidad es que no era cierto y que fuertes intereses económicos indujeron a este investigador a falsificar los datos para desacreditar a un fármaco. El premio Nobel David Baltimore fue acusado por miembros de su mismo equipo de inventarse el comportamiento de ciertos genes en ratón. Hace pocos años la fusión fría pareció ser la revolución energética que todo el mundo está esperando, pero parece que Martin Fleischmann y Stanley Pons no consiguieron unos resultados tan claros como parecían dar a entender. El caso del doctor Gallo y el descubrimiento del virus del Sida merece especial atención por lo impresentable del personaje al apropiarse de resultados que no eran suyos y falsificarlos como si los hubiera obtenido él. También recientemente, un equipo de investigadores germanoamericano consiguió producir moléculas redondas, semejantes a un balón de fútbol, cuyas propiedades son tan valiosas en los superconductores y lubricantes que una docena de multinacionales las están utilizando con un movimiento de euros multimillonario. Sin embargo, en la oficina de patentes sólo aparecen como propietarios de la técnica los dos investigadores principales del proyecto, mientras que un doctorando, Konstantinos Fostiropoulos, que al parecer tuvo un papel fundamental en el desarrollo de la investigación, no apareció reconocido ni científica ni económicamente en ningún lugar. En otra ocasión repasaremos otros sectores que merecen una especial atención por sí solos: las piezas que se encuentran en los museos de todo el mundo y las reliquias de los santos. Uno de los máximos expertos mundiales en retrovirus, Robert C. Gallo, mintió a todo el mundo cuando afirmó en 1984 que por fin había descubierto un virus, al que llamó HTLV, y que era el causante del Sida. La realidad es que unos meses antes, en 1983, un colega francés, Luc Montagnier, que dirigía el Servicio de Oncología Viral del Instituto Pasteur en París, envío a Gallo una muestra con un retrovirus que había aislado y que era un desconocido al que llamó LAV. Lo que hizo Gallo fue apropiarse de todo el trabajo y las muestras de Montagnier: «ambas» muestras eran prácticamente iguales genéticamente, a pesar de «proceder» una de Francia y otra de Estados Unidos. Eso sí, se apresuró a poner en marcha y comercializar la prueba sanguínea de detección del virus. Después de la correspondiente denuncia, en 1987 las partes llegaron a un acuerdo para repartirse a partes iguales los beneficios de la patente. Años después algunos periodistas siguieron denunciando el comportamiento de Gallo hasta que éste admitió su apropiación indebida. El científico surcoreano Hwang Woo Suk mintió sobre los resultados de sus logros en clonación, publicados en la prestigiosa revista «Science». Hwang, sus 23 colegas coreanos y el científico Schatten de la Universidad de Pittsburgh, publicó el pasado mayo la obtención de 11 líneas celulares embrionarias con diverso material genético que podrían ser empleadas como fuente de células para reparar órganos de numerosas enfermedades incurables. Hace pocas fechas el científico surcoreano dimitió de su puesto como profesor universitario después de que el centro donde trabajaba afirmara que había inventando los resultados de al menos nueve de las once secuencias de células madre que afirmaba haber conseguido. «Este tipo de errores son actos graves que atacan a los cimientos de la ciencia», manifestaron en un comunicado los integrantes de la comisión de investigación de la Universidad de Seúl. Lo más penoso del caso es que Hwang Woo Suk mintió pero no en cuanto a la obtención de líneas de células madre sino sobre el número de las que obtuvo. De las once parece que sólo dos fueron reales lo que pondría en entredicho la efectividad de su técnica de clonación. Un flaco favor el que nos ha hecho a toda la humanidad y a los científicos en particular. No todo lo negativo de los resultados científicos han sido falsedades. Ha habido errores monumentales protagonizados por auténticos sabios que porfiaron en un falso planteamiento o una idea equivocada. El gran filósofo Aristóteles aseveró que un cuerpo más ligero cae más lentamente por efecto de la gravedad que uno pesado. A pesar de lo fácil que hubiera sido comprobar de una forma aproximada (sin poder hacerlo realmente en el vacío) que la velocidad en ambos casos es la misma, porfió en ello asegurando, además, que el vacío no puede existir en el espacio. 1397124194 Otro conocido investigador, Malppighi , dijo que había comprobado cómo un embrión se desarrollaba en un huevo de gallina sin fecundar. 1397124194 Galileo creyó que los cometas eran fenómenos ópticos y que las mareas se producían porque la Tierra giraba sobre sí misma. 1397124194 Paracelso llegó a dar una fórmula por la cual a partir exclusivamente del semen putrefacto de un hombre se podía generar un nuevo ser vivo. 1397124194 Lamarck no estuvo muy afortunado al sostener que si a un animal recién nacido se le estirpaba un ojo y se cruzaba con otro en similar situación se conseguiría una raza de un solo ojo. 1397124194 El conde Buffon afirmó tajante que los ovarios de una perra que había disecado localizó espermatozoides, por lo que dedujo que en este órgano se formaban dichas células. 1397124194 Para Ptolomeo estaba claro que la Tierra estaba en el centro del Universo y que todos los demás astros giraban a su alrededor. 1397124194 Galeno pensó que el aire llegaba al corazón y lo hacía directamente a través de los pulmones.

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