Diario de León

CRÉMER CONTRA CRÉMER

Fumando espero

Publicado por
VICTORIANO CRÉMER
León

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DESDE EL DÍA PRIMERO del año 2006, que por cierto no presentaba buen aspecto, el español debe decidir entre fumar y no fumar, o para ser más exactos, aquellos establecimientos en los cuales parecía indispensable el uso y aún el abuso del tabaco entre los usos y buenas costumbres de los habituales, deben decidir si en su ámbito el tal asistente habitual puede fumar o debe dejarlo para mejor ocasión y escenario. Dado que el español, mientras no se demuestre lo contrario, es un ciudadano libre, como la burra del guarda, será éste, el ciudadano libre, el que decidirá lo que mejor conviene a su salud y a su bolsillo. Por lo que a este servidor de ustedes concierne, la medida le parece drástica, impopular y destructiva. El español, desde que se introdujo el uso del tabaco entre sus costumbres más arraigadas, ha venido fumando con vocación de chimenea humana y gracias a la terapéutica del cigarrillo, muchas de sus apasionadas furias fueron domadas. El tabaco es malo, quizá malísimo, como lo es el vino y el automóvil y las centrales nucleares y el manejo de la política. Pero el político, el automóvil y el vino siguen y seguirán siendo un atributo de la especie humana. Los chimpancés, que vienen a ser los animales con más vínculos humanos, no fuman, pero son monos y éstos tampoco se atienen a reglas análogas a las que sirven para el convivir de los hombres entre sí y sus semejantes más desarrollados. Quiero decir y digo que a mí, personalmente, que fui fumador distinguido, la medida que tiende a eliminar de los usos y costumbres de la raya el vicio de fumar, me parece más que una medida de protección de la especie, una señal tramposa del modo como los gobernantes de nuestras haciendas y representaciones juegan para ocultar sus efectos de gobernación perniciosos. Morir de tabaquismo es casi como morir de besos de mujer y ya un sociólogo tan sagaz como Jardiel Poncela, en uno de sus libros más seguros y severos, aludía a la muerte de uno de sus protagonistas, envenenado con el «rouge» de los labios de las mujeres besadoras. Con este motivo o disculpa, se ha declarado una guerra de cuyas consecuencias todavía nadie está seguro, pero que no anuncian días de templanza y calma. Fumar es un placer, pero también un sedante para ánimos exaltados y espíritus peleones. No se combate con un cigarrillo en la mano, sino con una metralleta y parece que lo racional sería compadecer al fumador, como se compadece al delincuente y condenar el uso de las armas. Obsérvese la señal que denuncia como ser retorcido y poco amigo de la paz al exento del vicio de fumar, aunque padezca el de matar y cómo el cigarrillo bien usado en su momento oportuno proporciona entendimiento y paz entre enemigos. Muchos de nuestros hombres públicos y no menos el número de mujeres para las cuales viene a ser el cigarrillo un medio de conquista, como el abanico de nuestros románticos, fuman y fuman y no cesarán de fumar lo mande quien lo mande. Y si nos encontramos en el ojo del huracán antitabaco no es por su nocividad sino porque es un medio de distracción. Porque abriendo plaza para la eliminación del vicio de fumar, estamos orientando la crítica política por la senda de la confusión.

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