Diario de León

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UNA VEZ, por estos campos de cazurrancia tras la sebe (cazurrones escondidos por protegerse de miradas ajenas y para estar «a las caídas»), me crucé con un tipo afable que no respondía demasiado a los caracteres de la raza autóctona (protegida y, según quinientas razones y algún buscapatas, nacionalizable), pues aunque ni remotamente podía conocerme, atendió a mi saludo sin responder entre dientes prosiguiendo su marcha con un reojo cargadito y cagadito de sospechas, que es lo propio de estos lugares, sino que aflojó su trajín y no titubeó en responder a mi pregunta chorra y demasiado descarada -coño ¿para qué lleva usted esas matas de tomillo?- y complacido detuvo el paso a dar explicación. Debió entender que era de buena ley mi curiosidad, pues en jamás de los jamases había visto yo a nadie volver del monte con un feje de matojo tomillero y el hocil al culo colgando del cinto, como escondiéndolo, que en eso sí parecía cazurro el buen hombre. Lo que me extrañó es que fuera tomillo vulgar que tanto abunda y que de nada sirve a la gente de pueblo. No habría hecho la pregunta si hubiera sido tomillo salsero (ese otro tomillín chaparro que huele tirando a limón, el único que debe echarse a cazuelas que estofan, anótenlo los enterados de las nuevas cocinas y los listos que van de gastronomía tradicional). Si hubiera visto a aquel paisano de panas con ese tomillo de salsas, era lógico que se lo llevara al ama, a la coronela, para cuando guisa conejo o caza, nada más. ¿Pero tomillo vulgar arrancado además con sus raíces?... Pues es que lo llevo al palomar, me dijo el atento y vejete lugareño, para las palomas. ¿Lo comen?... No, rapaz, veráste tú, lo pico menudo con el hocil a la puerta del palomar y después se lo llevan las palomas para mullir los nidales. ¿Tomillo y no hierbas o pajas?... Sí, lo prefieren a cualquier otra cosa, porque, hete ahí, es que las palomas son muy señoritas, pero que muy señoritas... Mira qué chulas, le dije... Aunque han pasado algunos cuantos años, no se me despinta la cara risueña y vivaracha de aquel tipo y aquel querer suyo de complacer por el libro a sus señoritas, perfumaditas de monte y de tomillo. Las palomas que ensucian mi terraza y destrozan mis albardillas de pan de pajaritas, ¿con qué coños mullirán su nidal?, ¿con qué porquerías?...

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