SOSERÍAS
Tabaco y adjetivos
EN MEDIO DE SOSERÍAS los asuntos serios de la actualidad se agradece la polémica sobre el tabaco. Porque da bastante risa pensar que alguien se vaya a tomar en serio las prohibiciones de fumar en un país como España donde basta que un alcalde coloque un cartel que diga: «prohibido tirar escombros» para que, al día siguiente, ese paraje aparezca rebosante de ellos. A nadie se le había ocurrido nunca depositar restos en ese exacto lugar pero la prohibición actuó como fulminante factor de excitación, como desencadenante del impulso de infringir, tan difícil de esquivar como la involuntaria segregación de jugos ante una pastelería o una tienda animada en embutidos. Difícil tarea esta la de bajar los humos al español. Yo no fumo y además me incomoda el olor a tabaco pero entiendo que lo verdaderamente insoportable en los bares actuales es el ruido, la máquina que da las gracias, la televisión que convive con la radio, las voces de los camareros y los parroquianos, el estrépito inclemente de los platos y las tazas a la hora de ser lavados. Junto a todas estas molestias la del humo es grano de anís. Y luego está el respeto que debemos al cigarrillo, al puro, a la pipa ... Europa sigue siendo un continente de cafés, alguien lo ha recordado recientemente, de manera que muchos acontecimientos históricos están ligados o han nacido en un café lleno de humos. Los de Viena, que tan gratos me resultan, son el escenario de obras de la gran literatura ¿alguien puede imaginar la obra de Joseph Roth sin el café central de la capital austriaca? Allí mismo Trotsky le daba vueltas al magín para ver la forma de liberar a los campesinos rusos y lo hacía sin parar de fumar: que luego consiguiera ese benemérito objetivo es otro cantar porque lo que cuenta es la intención y, sobre todo, el magnífico decorado del humo. En los cafés y en los cabarets de Berlín, Robert Musil llenaba páginas y páginas de su hombre sin atributos, historia interminable de imperios imposibles. ¿Alguien imagina a Verlaine sin humos alrededor? Sin ellos su obra poética se habría hecho humo y hoy nadie le recordaría. O a Ruben Darío o Emilio Carrére que gastaba cachimba. Y así tantos otros ejemplos. La pipa merece una consideración mayor si cabe pues sus ritos, sus pausas, su limpieza, su encendido, están vinculados a las formas más excelsas de la creación, nada menos que al pensamiento filosófico. Todos tenemos claros que sin ella no existirían Heidegger ni Nietzsche ni Habermas ni otros cráneos privilegiados, aclaradores de nuestras pobres entendenderas, formuladores de unos pensamientos que, si se iluminaban, era por los fósforos que utilizaban para la pipa, constantemente apagada en su terca rebeldía. Sépase que es en las volutas del humo donde se agazapan los ingredientes más enrevesados de la esencia y de la existencia. Y en parecidos términos: ¿no surge el mago de la lámpara de Aladino de entre los humos benéficos? Pero hay algo más: ¿se hubiera descubierto a algún criminal si los detectives no hubieran contado con el auxilio de la pipa? Sherlock Holmes sin ella y su gabinete de trabajo lleno de humo sería tan ridículo como imaginar a un Churchill sin puro, corriendo en chándal por Hyde Park y un piercing en la nariz. Es decir, sin la pipa -de Maigret o de Simenon - los criminales andarían tan contentos por la calle cometiendo despreocupadamente sus delitos. Por eso para ellos la noticia de la ley actual debe de haber sido una bendición pues bien saben que sus fechorías quedarán impunes. Se advertirá la gravedad del asunto. En España, el mundo del crimen, de las columnas periodísticas, de las grandes obras de teatro y de humor, de las novelas, se desvanecería si no hubieran existido cafés llenos de fumadores acatarrados, fuente de la más formidable inspiración. Con la mano en el corazón: ¿estarían en estas obras los adjetivos puestos en sazón sin el tabaco como coadyuvante? Convengamos que el humo nos puede matar pero es que en un mundo sin adjetivos no vale la pena vivir.