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ES MODA buscarse un centenario para mamar acontecimientos de la historia muerta a falta de otros presentes vivos. No hay gobierno nacional o de aldea que no tenga dispuestos al efecto unos fondos para estos fastos y para toda la ristra de reptiles que suelen acompañarlos o arrimarse. Así las cosas, urgen los fundamentalistas de la raza y del credo una resurrección onomástica de la batalla de Lepanto: tráigase por los pelos o por los huevos un centenario lepantino que nos recuerde a los que vamos de occidentales que una vez vencimos al turco que dejó tuerto de escritura izquierda a nuestro gran duque de las letras, don Cervantes. Exhiben estos fundamentalista dos razones al respecto: la pretensión turca de meter en Europa su catarata poblacional y la conversión de Turquía en ventanilla continental desde la que se han empezado a despachar europeamente tarjetas de visita asiática del quinto jinete del Apocalipsis, ese que nadie quería conocer, el que renunció al caballo con gualdrapas de catafalco para galopar por la muerte adelante sobre una gallina caponata, que como montura es poca cosa y algo ruin, pero como caldo es letal. Por Turquía nos irá entrando la desconocida. Por ahí. Cuando los turcos se ponían otomanos e imperialistas llegaban hasta Viena con su terror, sus tiranías y sus rarezas. Esta gripe turca llegará más lejos. Badiola asegura, además, que la cosa podría ponerse lívida cuando empiecen a subir las pajaradas que migraron a tierras africanas cebándose allí probablemente del virus que nadie sabe cómo domesticar. Los catastrofistas se frotan los augurios como deseando tener razón en sus malditas espectativas. Tres o cuatro muertes turcas les parecen poco, pero como prólogo lo consideran excelente. Te aconsejan, incluso, que vayas acopiando esas mascarillas quirúrgicas que ya usan muchos japoneses para circular por sus calles sin respirar porque se les van haciendo adobes de monóxido y polvo contaminante en la boca. Aquí, por lo mismo; y por el virus pajarero. Lo cierto es que a la vez que los griposos niños turcos eran vendimiados por la Parca, otras cien personas murieron ese día despachadas por gripe vulgar. Misma muerte, sí, pero distinta noticia. Esta no lo fue. Nadie la supo.