Diario de León

Creado:

Actualizado:

PROBLEMA habemus. La cintura de este país se forra de grasa en lorzas y la obesidad que tanto espanta a algunos se empadrona en nuestro paisaje nacional hasta hacer familiares y crecientes esos cadriles tocineros que antes sólo se veían en los telefilmes americanos, esas mórbidas gorduras de adolescente de instituto que tardas dos días en rodearlas. La cosa no es sólo asunto privado de cada cual y de su culo volumétrico, es decir, su circunstancia. Los hospitales, por ejemplo, tienen ya alguna seria dificultad con los tradicionales bisturíes estándar cuando se intenta rajar a una foca y demandan utillaje clínico de hoja más larga que pueda calar toda esa capa de grasa ballenata, lo mismo que ropas y batas de mayor velamen que cubran todo el tonel corporal, camas con ballestas y vigas que puedan resistir al menos doscientos kilos... Los funerarios andan con iguales cuitas, pues hay casos de grosura en los que el ataúd se les queda en juguete de la señorita Pepis y no encuentran cajas de ese tamaño porque parecerían contenedores; también los nichos en los cementerios, cuyo ancho oficial y nacional se está modificando porque no entran allí algunos difuntos ni untándoles con sebo... No acaban aquí los problemas ni en las tiendas de ropa que no tienen pretaporter de negrona cantante de godspel para vestir a nuestros coros de tripa y trino, porque en los aviones, donde el raquítico espacio de asiento parece haber sido diseñado por tipos con cerebro de calderilla para gente de gimnasio o etíopes sin suerte, ya hay serios problemas con los pasajeros que bambolean su obesidad y no consiguen encajarse en esas estrecheces ni embutiéndoles tres azafatas. Lo están viendo difícil los gordos de solemnidad que son ya casi el veinte por ciento de la tropa. A ellos cabe aplicar la castiza expresión española de estar gordos como odres, esto es, como fudres. La tele (por ser mala y obligar a levantase) y el frigorífico (por estar cerca) tienen una gran parte en estas culpas. En el monasterio de Carracedo hay una puerta chiquita y baja por la que obligaban a pasar a los monjes cada cierto tiempo; y a quien no lo lograba por gordura se le hacían sangrías para rebajar el unto. Pero consuélense los gordos con este principio filosófico universal: «A más masa, mejor se pasa».

tracking