CORNADA DE LOBO
Es insulto
Y ADEMÁS, mata, destripa. Un guaje que asistía fascinado al pedorreo veloz de esa marabunta de cinco mil ruedas con la que insultamos al África pobre murió allí mismo atropellado por uno de los coches en competeción. Vaya, hombre; difunto que Dios perdone; tira palante y que le entierren otros; la carrera continúa; somos profesionales: nos debemos al espectáculo. Dadle unas perras a la familia. Esta peregrinación a Dakar, amén de ostentosa, insultante e innecesaria, es criminal; y no sólo porque ya resulte crónico que la vayan diñando cada año algunos participantes -poca pena me acaba dando su suicidio-, sino porque este cortejo de ruido y polvareda ya no se conforma con matar gallinas de gente mísera a su paso o con meter espanto cruel a unas cabras que dejan de dar leche en tres semanas. Ahora, esta carrera que debería presentarse (como el tabaco) con una obligatoria pegatina al pie dejando muy claro que «el Dakar mata... y se acostumbra», esta pregonadísima carrera de ostentación y lujo provocador atropella y defunciona a los pasmados chiquillos que ven al rico pasar, al prepotente occidental con máquinas, motores y trajes de guerra mecánica, qué guapos, aviones particulares, helicópteros, camiones, talleres rodantes... una gran bimba en despilfarro que es pura y dura bofetada de exhibicionista inmisericorde, pues con tan solo la mitad de lo que cuesta uno de estos aparatos viviría un año seguido todo ese pueblo de negritos con moscas y mujeres de pecho seco. Y comiendo. ¿Para qué sirve esta endemoniada carrera que cruza la patria de la sed donde se fabrican piedras abrasadas, pobrezas frescas y desesperaciones antiguas? ¿Qué gracia o utilidad proporciona este bufido a la humanidad para que nosotros mismos sigamos puntual y gozosamente sus incidencias convirtiéndolo, además, en gesta voceada por locutores deportivos, en heroicidad a imitar por nuestros jóvenes y en cierre de telediarios?... Mahmul Ibn Ras dice que muchísima utilidad. Mahmul, mauritano, asegura que, gracias a las rodadas en la arena, su gente encuentra andando el norte de pateras y prosperidades. Y lo hacen sin gepeese, sin alpargatas y con solo una cantimplora. Pero su carrera nunca es noticia, salvo cuando se mueren en el Estrecho y se convierten en cifra.