Diario de León
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CARLOS G. REIGOSA
León

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CAROD Rovira y su Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) son de izquierdas -así nos lo recuerdan cada día-, pero en sus proclamas no aparece ni remotamente el concepto de solidaridad interterritorial. ¿Será porque además son independentistas? Tal vez. Pero ese déficit no queda ahí, porque da la impresión de que Maragall y los suyos, Artur Mas y sus convergentes y los sutiles ecosocialistas (que así se llaman ahora los comunistas catalanes) tampoco están por eso de la solidaridad entre las tierras de España. Y desde esa perspectiva están negociando el Estatut, con la catalanosocialista Manuela de Madre confundiéndolo todo, para desesperación de su inteligente correligionario Alfredo Pérez Rubalcaba. De modo que la solidaridad ya no sería un principio fundamental de la izquierda nacionalista, sino una palabra de usar y tirar, de la que se echa mano cuando hace falta para quedar bien. Y esto, claro, me parece mal, aunque cuadre bien con los tiempos de cinismo cívico-político que vivimos. Porque a este paso la solidaridad interterritorial va a ser una bandera del Partido Popular, que al menos no se ha movido de lo que había antes y era norma entre los españoles. Lo cual le descoyunta a cualquiera la ecuación conocimientos-percepciones. Porque sabíamos (habíamos aprendido) que la solidaridad era y es mayormente de izquierdas (Felipe González lo explicaba magistralmente y sin acritud), pero la percepción que tenemos de la negociación del Estatuto catalán parece querer invertir tal concepto, con una declinante solidaridad interterritorial. No sé si es para alarmarse, pero sí que es para desconcertarse. Es verdad que faltan luz y taquígrafos en el proceso negociador, pero lo poco que se sabe apunta hacia donde apunta: hacia los euros. En este trance crecen toda clase de hipótesis y rumores (vean los confidenciales, o mejor imagínenselos solamente). Desde quienes hablan de una España descuartizada hasta los que preconizan involuciones y desestabilizaciones varias. ¿Tan mal están las cosas? Yo creo firmemente que no, pero si fuese político, pegaría mi oído al suelo hasta descifrar el último riesgo de que algo no deseado pueda suceder. Y sería más solidario.

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