Pantanerito
EL DUERNA, río coqueto de primores, en llegando el verano no tiene en sus postrimerás más líquido que la meada de un ángel. El Eria llega a Nogales como reguerilla menguada que sale del lavadero. El Selmo deja sus tablas con una cuarta de transparencia delatora. El Torío no existe en sus finales cuando en julio le ordeñan su caudal embargado. El Valderaduey, simplemente, no existe; y en estío, su cuerpo, que es sólo canal, se convierte en senda polvorienta de lagartos. El Curueño se queda escurrido de carnes y, al casarse con el Porma, es sólo cascajera y un hilillo. ¿Y el Boeza berciano o el Cúa?... Bajan llenos, pero de carbonilla y otras ponzoñas; sus pueblos, como toda la mayoría de núcleos leoneses, depuran la mierda quitándosela de encima y colocándola en los caminos del agua para que viaje a casa del vecino. Los ríos que no están regulados por atrancamientos, embalses o puertos pasan un verano de asfixia y algunos se convierten en sucesión de charqueras donde se recuece el renacuajo y engordan las bacterias y miasmas que salen después por los grifos de Benavente, como hizo el Órbigo el año pasado aún estando su caudal nutrido y aliviado por tener en cabecera un pantano. ¿Qué ocurrirá este verano que se anuncia la segunda edición de una sequía prometida para tres o cuatro años?... Aquí, misma y mayormente, nos la suda. No tiene León, en apariencia, grados de alarma en su capital acuífero. Aquí regamos «a manta», abrimos torgas para el esparrame y creemos que el «aguavá» nos puede durar dos eternidades. Incluso en apreturas climáticas, saldrá adelante la reguerada para el cultivo y el chorrón para la piscina. La puerta esa del desierto que corre hacia el norte aún nos queda un tanto al sur, pensamos. Sin embargo, esa actual lesión contínua a la masa biológica que tuvo cada río leonés, junto al robo de lechos y cauces, será en estos dos próximos estíos especialmente grave, puntilla de matarife. Que desparezcan las bermejuelas, las ranas o las lampreas menudas provoca en no pocos una sonrisa cínica de gente sobrada. Ya ves, ¡bermejuelas!... Yo quiero aljibes en las cabeceras de río, baldes que suelten poco a poco su carga para conjurar el estiaje, cisternas para tirar de la cadena y barrer mierdas... ¡Embalses!... Y muy mucho me la suda que me llamen pantanero.