Diario de León

CRÉMER CONTRA CRÉMER

Evo Morales, el indio

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VICTORIANO CRÉMER
León

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SUPONGO que tendré todo el derecho que me atribuye la Constitución de mi país, para proclamar que el indio cocalero de la india, mártir y explotada desde su nacimiento, como nación independiente, me cae bien, muy bien porque una aventura como la que está corriendo, no lo soñaba ni él ni yo, así se lo hubieran jurado los Reyes Magos. Este Evo Morales, de complexión robusta de trabajador de la tierra y de los metales, así que ganó las elecciones, en la que le disputan el puesto al que tenía derecho, los acólitos de un segmento espúreo de la sociedad capitalista; de mirada insistente, inquisitiva como de quien desconfía de su propia sombra y mira fijamente a los ojos del interlocutor, sospechando engaño o cálculo. Cuando decidió visitar el mundo al cual ahora estaba llamado, recurrió a su vestido habitual: jersey a rayas, de aquellos que dejaban a la puerta de las chabolas misionadas las damas de la caridad. Y se presentó ante los ministros de los estados que le quisieran recibir y hasta del rey, dejando que su espesa cabellera le nublara la frente, que no las ideas. El rey de las Españas, consciente de que la audiencia permitida a este hombre humilde y heroico era una obligación inherente a su condición de rey de todas las Españas esparcidas por el mundo, le recibió en su palacio, le sonrió afectuosamente y le tendió la mano amparadora. Y el indio de la coca fue feliz por un día, y agradeció a quien tan generosamente le acogía en su casa. Y es que el mundo, este mundo y no el que pretenden reelaborar los conquistadores del euro, está sufriendo cambios muy notables, muy significativos y por tanto que obligaran a que los más reacios a establecer determinados lazos se incorporen al esquema de la vida del futuro. Por eso y quizá también por algún que otro gesto inadecuado, la renuncia del líder de la derecha española, señor Rajoy, a recibir o ser recibido por el indio boliviano, no ha parecido a nadie ni oportuna, ni tácticamente aconsejable. Y no solamente por los intereses que al parecer estamos obligados a defender, sino porque el gesto, por desproporcionado, por injurioso para un presidente electo, democráticamente, de un país de habla española, puede ser interpretado de distinta manera a la de aquellos que aconsejaron la descortesía de recibir o ser recibido en un momento verdaderamente importante de la vida universal, de sus vueltas y revueltas, de sus influencias y de sus consecuencias. Un jefe de partido, sea este de derechas, de centro o de izquierdas, si es que existiera, no puede permitirse la licencia de rechazar la visita de un jefe de Gobierno que llama a nuestra puerta con espíritu de colaboración mediante un entendimiento inteligente. El señor Rajoy no parecía ser así, como ha demostrado con la inoportuna eliminación de su calendario de la figura sencilla, pero decidida a ser estimado como lo que representa. Alguien de entre sus consejeros áulicos le ha aconsejado torpemente. Y como es sabido, de los mal aconsejados será el fracaso.

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