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«Estoy seguro de que volveré»

Hoy llego a León. No me despido con un adiós, sino con un hasta luego, del lugar más salvaje y hostil, pero de una belleza que embruja; no hay nada igual en todo el planeta

Publicado por
Jesús Calleja
León

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Gracias a la rapidez con la que hemos llevado esta expedición, al llegar al campo base pudimos volar de inmediato a la de Patriot Hill. Es momento de recoger y viajar a Santiago de Chile, de donde partiré el día 26, para llegar a España el 27. Por la tarde debería estar en León. Los únicos alpinistas que llegamos a la base de Patriot Hill fuimos Andy, el americano, Juan Diego, el canario, y yo. Nos dijeron que éramos muy afortunados porque hacía una semana que el mal tiempo impedía volar, y esa era la primera ventana en una semana. Antes de recogernos a nosotros tuvieron que rescatar a un venezolano que estaba inmerso, con otros cuatro compañeros, en la aventura de caminar desde la bahía de Hércules hasta el Polo Sur, unos 1.500 kilómetros. Llevaban dos meses y no habían llegado. Pero para este amigo venezolano terminó antes de tiempo, pues se congeló ocho dedos de los pies y uno de la mano. En la base le convencemos de que tiene que ir a España a curarse: seguro que habrá que realizarle amputaciones. Ya lo esperan en Zaragoza, donde están los dos mejores especialistas del mundo, los doctores Morandeira y Aguirre. Si dejamos esto a un lado, estamos tremendamente felices de nuestra aventura. Volvemos a ver a toda la gente que vino con nosotros. Están todos menos los escaladores del Vinson, que siguen peleándose con la montaña. Vemos a los que llegaron para sacarse la foto en tres horas en el Polo Sur y que hace días que regresaron a Patriot Hill. Sus rostros reflejan cansancio, mucho cansancio. El señor tejano ricachón está conectado a una botella de oxígeno puro, y la cara parece un poema. Del resto diré que en este periodo hubo crisis de ansiedad, insomnio por las 24 horas de sol continuo, estrés por no saber cuándo saldrían de la Antártida... mucho más de lo que esperaban antes de llegar. Está claro que este continente helado y hostil no es para ir de vacaciones, aunque así lo piensen los que tienen mucho dinero y creen que con él se puede comprar todo. Pues no. Exige mucho, mucho sacrificio, esfuerzo y capacidad de sufrimiento, tanto físico como psicológico. La sensación siempre es de absoluto aislamiento y los biorritmos se alteran, ya que nunca sabes cuando hay que dormir. Todo tu cuerpo se desgasta, más incluso que en una montaña de 8.000 metros. La Antártida es soledad, desierto blanco, hielo, viento, mucho viento, frío aterrador, sol seis meses, noche otros seis. Todo es hostil. Pero también belleza. Una belleza como nunca antes he visto. Tanta que embruja. Sufres, pero quieres volver. Yo ya tengo un plan para regresar. Esperamos hasta que el ruido de los motores del avión ruso resonaron encima de nuestras cabezas y después de una maniobra casi imposible aterrizó con un ruido sordo sobre el glaciar. Tembló todo el suelo. Dos horas más tarde estábamos montados en el carguero ruso. Es el antepenúltimo vuelo que el avión realizará a la Antártida esta temporada, y está repleto de cosas. Tras seis horas llegamos a Chile. No me he despedido de la Antártida con un adiós, sino con un hasta luego, pues seguro que volveré. Es un continente salvaje, el más salvaje y hostil, como no existe otro lugar en el planeta. Pero de una belleza sin igual. Tanta que atrapa. Todavía hay lugares en este fantástico mundo que hay que seguir explorando, aumentando nuestro saber sobre los escenarios remotos. Esta expedición no sólo es un reto deportivo, es también una aventura en pleno siglo XXI donde la exploración tiene cabida. Y hacen falta personas como nosotros, que recojamos datos de las zonas más remotas de la Tierra para ayudar a la comunidad científica a descifrar los misterios de las zonas más inaccesibles. Y para aprender de una vez a cuidar lo que tenemos, que sin duda es lo más grandioso y hermoso del Universo. ESCRIBE: