A LA ÚLTIMA
El regreso de Dios
LO DICE el ateólogo francés Michel Onfray: «Dios está volviendo y los ateos tenemos que combatirlo con la razón». El renovado vigor de los integrismos monoteístas ha puesto en pie de guerra a este gabacho de 47 años, del que acaba de publicarse en España su Tratado de ateología . Y la verdad es que ha conectado con quienes viven amilanados ante el integrismo islámico (muchos ya en Francia) y ante el integrismo neoconservador estadounidense, que califica de simétrico del anterior. Con estos radicalismos enfrente, Onfray considera que el precario espacio de libertad, raciocinio y progreso «arrancado a Dios y a quienes lo administran» está hoy en peligro. Por eso considera vital defender el Estado laico y las libertades. Dios, dice, es sólo la proyección neurótica de la frustración ante nuestros límites (la muerte, la imperfección) y sus sacerdotes administran esa neurosis pueril en provecho de la casta dominante. Sin entrar en su posición (que tiene ilustres precursores -y mejores razonadores- en Marx, Freud o Sartre), me llama la atención el miedo que desvela su libro y que es un miedo real: el miedo que siente una sociedad abierta ante la presión social y política de los integrismos. Una sociedad amedrentada -la de la Francia republicana- que parece haber perdido la fuerza con la que un día trajo la democracia a Occidente. Y este punto sí que es importante, más allá de la retórica fácil acerca de Dios. Porque, si recordamos la última encuesta del CIS en España, también entre nosotros ha surgido -y se ha elevado al segundo lugar- la inquietud por la inmigración. Quizá porque ya son 3.730.000 los extranjeros empadronados en España, un 8,5% de la población total, cuando en 2001 eran sólo el 3,3%. No vale decir que no hay motivo para inquietarse, porque puede no haberlo y existir, sin embargo, esa preocupación. Es algo que debieran pensar nuestros políticos antes de sorprenderse innecesariamente. Porque no se trata de abonarse a la chusca y virtual batalla contra Dios a la que nos convoca el oportunista Michel Onfray, pero sí se trata de defender la sociedad abierta y democrática en la que vivimos. Porque el problema no es Dios, el problema pueden serlo sus fanáticos.